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Channel: Enrique Jardiel Poncela — Maestro del humor —
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Noticia biográfica

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AUTORRETRATO

Nací armando el jaleo propio de esas escenas;
me bautizó la Iglesia con el nombre de Enrique,
y Aragón y Castilla circulan por mis venas,
sin que haya aún encontrado a nadie que me explique
a quién debo mis risas y a quién mis penas;
pues, realmente, no es fácil resolver el misterio
de cuál de esas regiones pesa en mi corazón;
tal vez pesa Castilla cuando me pongo serio,
y cuando estoy alegre, tal vez pesa Aragón.

Valladolid, de un lado, por la parte materna;
Zaragoza, del otro, por vía paterna,
llevo dentro la esencia geográfica eterna
que unificó en España una boda imperial.

Y en la esencia hidrográfica de ríos y mares,
sigo una línea acuática de las más singulares
que confesar debía y no sé si me atreva,
pues arranca del Ebro y atraviesa el Esgueva,
pero... va a resolverse en pleno Manzanares;
el cual, como se sabe, por su pobre caudal,
no es ni un Tíber, ni un Tárnesis, ni un Rhin, ni un Bidasoa.
Y a pesar de ello riega a una gran capital;
allí nací, en la calle Augusto Figueroa.
Me crié delicado mientras vestí mantillas,
sujeto a dieta láctea, que es nutrición pristina,
pero en el mismo punto de cambiar de «cocina»
y empezar a comer «a la carta» papillas,
purés, tapiocas, sémolas, «glasos» y «nesfarina»
ya me hice, y para siempre, tan fuerte como un leño,
que, así como una infancia feliz es un regalo
y el niño que la goza es, luego, un hombre bueno,
una infancia infeliz destila tal veneno
que el niño que la sufre es, luego, un hombre malo.

Mi educación fue varia; el campo y la ciudad
contribuyeron juntas a crear tal variedad;
pues, aun cuando en invierno vivía en sitio urbano,
como pasaba siempre en un pueblo el verano,
también viví — y crecí, lo poco que he crecido—
entre gentes del campo, amantes de la tierra,
y ese vivir agreste de entonces me ha servido
para amar igual que ellos la tierra en que he nacido
por todo cuanto ha sido y todo cuanto encierra.
(El amor a la tierra que vio nuestro bautismo
en términos «científicos» se llama patriotismo.)

Y fue el contacto aquel con la Naturaleza
merced al cual logré resistencia y dureza
moviendo la guadaña, el azadón y el hacha,
y el que, dándome luz en su región oscura,
me impidió escribir, luego, respecto a agricultura
cosas como: «las ramas llenas de remolacha»;
o: «el árbol del tomate»; o que «el peón se agacha
para recolectar la algarroba madura»;
o, al revés, que «se empina para alcanzar altura
al coger la patata»; desatinos que empacha
encontrar con frecuencia, durante la lectura
de libros de escritores a los que se les tacha
de tener una inmensa y sólida cultura.
Cosa sabida, porque fui y soy pequeño,
y las gentes suponen que, impepinablemente,
fuerza es el mayor trecho que hay entre el pie y la frente.

Con respecto al Zodíaco y en lo que afecta al mes
nací un 15 de octubre; signo de «Libra» que es
la balanza: Justicia que pesa y mide al cero
y ello se cumple en mí, pues vivía siempre al fiel
en ideas, en gustos, en el ser justiciero
y en efecto; en todo... salvo en mi monedero,
que en eso mi balanza padece un desnivel
tan desequilibrado, disparatado y loco
que, aunque he ganado mucho, siempre he tenido poco;
anomalía propia de todos los Jardiel.

Declarada la fecha en que nací, ya puedo
citar a otros nacidos, como yo, en la fecha ésa
o en fechas que son «Libras» también: Santa Teresa,
Dostoiewsky, Oscar Wilde, Nietzsche, Newton, Quevedo...
¡Ah! Y Cervantes..., ¡es cierto! Pues si, al citar, me quedo
sólo con los famosos, Cervantes era un hombre
que consiguió tener cierta fama y renombre;
y, como los de «Libra» no se chupan el dedo,
y yo, que soy de «Libra», tampoco me lo chupo,
debo acceder, por ello con Cervantes, y accedo
porque así se completa del todo nuestro grupo.

¡Y vaya un grupo que es! No hay otro parecido,
ni más sublimizado, ni más enaltecido
por virtudes, por méritos, por lo que amó y sufrió,
y es lo del sufrimiento la causa de que yo,
indefectiblemente, arrugue el entrecejo
al repasar sus nombres, mientras digo perplejo:
Al nacer en octubre y en el mismo cuadrante
hará a las vidas suyas la mía semejante?
Seré yo lo que Wilde?... Por un lado me gusta;
pero, por otro lado, ¡francamente, me asusta!

¿Me dará, corno a Newton, la fama algún binomio?
¿O seré, como Nietzsche, carne de manicomio?
¿O acabaré viviendo enfermo y hecho cisco
de reúma y de gota, sin nadie que me asista,
como vivió sus días postreros don Francisco
de Quevedo y Villegas, el supremo humorista?
¿Habrá gloria en mi muerte y me harán un sepelio
que alcance el resplandor del sol en perihelio,
yendo tras de mi féretro 40.000 personas
y diez coches de flores y nueve de coronas,
igual que a Dostoiewsky al que así «compensaron»
los rusos de lo poco que en vida lo estimaron?

¿O moriré en silencio, tras haber pasado antes
todo cuanto pasara, antes de ello Cervantes?
O, en fin, y esto, ¡Dios mío!, es lo que más me espanta:
¿llegaré a hacerme monja, como lo fue la Santa?

Preguntas sin respuesta... Pues nadie es adivino
de lo que reserva el futuro destino;
y, no siéndolo nadie, juzgo que lo sensato
es seguir escribiendo en este Autorretrato.

Mi infancia fue una infancia feliz; trascendental
circunstancia, pues de ella depende el bien o el mal.
Escuelas nacionales y escuelas extranjeras,
en donde me eduqué temporadas enteras,
me amargaron bastante esos tiempos felices,
pero los compensé con los gratos deslices
que brindaba el estío; el trillar en las eras,
y el ir a las vendimias y a otras faenas camperas,
y el montar a caballo y el cazar codornices.
Porque desde pequeño ya fue para mí un juego
manejar y hacer uso de las armas de fuego
para matar —en tardes que hoy juzgo criminales—
muchos tímidos, dulces y lindos animales;
aunque, gracias a serme ya entonces la baqueta,
la pólvora y el plomo objetos habituales,
no me ha inquietado nunca, ni al presente me inquieta
haber tenido de hombre la voluntad sujeta
a las ansias pueriles, ansias universales
de llegar a empuñar un rifle o una escopeta...
para acabar «cazando» a seres racionales.

Hijo de un padre bueno, sanguíneo y polemista
pugnaz hasta el cachete y efusivo hasta el beso
—por afición, político; de oficio, periodista,
repórter en las Cortes e ingenuo socialista—,
no sólo me he criado entre papel impreso
—áspero el del periódico, cuché el de la revista—,
sino que, de muy niño ya frecuenté el Congreso...
al que jamás volví, justamente por eso.
Por descubrir ya entonces lo falso y lo arribista
que es el leader político que sorbe luego el seso
a los hombres sencillos que en su bandera alista.
E hijo de madre artista, y tan excepcional
que llevaba en su espíritu la amalgama increíble
de ser inteligente al mismo tiempo que sensible,
de aceptar lo realista pensando en lo ideal,
de ser suyo y del arte, y de hacer compatible
la obligación doméstica y la profesional
dirigiendo el hogar sin dejar la pintura,
aún no tendría yo ni un metro de estatura
cuando ya iba a diario, cogido de su mano,
a ver Exposiciones y Museos, y había
en mí tanta costumbre de ver, que conocía
de un golpe si era un cuadro flamenco o italiano,
si un Rubens o un Teniers, si un Vinci o un Ticiano;
lo cual, también después, de hombre, me evitaría
el caer en las trampas de la pedantería;
de ese «nuevo-riquismo» en que cae tanto humano
por no vivir infancias iguales a la mía.

Infancia en la que, si hubo afectos y ternuras,
hubo además concepto del deber, sacrificio,
disciplina, tutela y rigidez muy duras
respecto del trabajo y en la que, entre esculturas
y cuadros, hallé tantos libros a mi servicio
como «nihil obstats» tuvo cuanto a las lecturas,
por lo que, no advirtiéndome cuáles eran impuras
tampoco advertí entonces qué era impureza o vicio.

Esta refinadísima maniobra pedagógica
de mis padres —distintos a tantos padres brutos
que proceden sin alma, sin ética ni lógica—
dio, luego, dos espléndidos y rarísimos frutos:
de hacerme tan suave como lento y sutil,
el paso, siempre brusco, hacia la edad viril,
suprimiendo la crisis con que la adolescencia
rasga el velo al misterio clave de la existencia;
y el que en las sensaciones no fuera yo un precoz,
como, sin aquella hábil maniobra, presiento
que hubiera sido, a causa del íntimo y atroz
tirón que habría dado de mí el temperamento.

Temperamento idéntico en cuanto a pasional
al paterno, y, como él, de tan modo absorbente,
extremado, tiránico, implacable y ardiente
y tan lleno de enérgica fecundidad vital,
que ha sido el mar, el río, el arroyo y la fuente
de donde brotó toda mi creación personal.

Porque, en vez de extraer del amor el dolor
pues suelen ser los frutos, que de él se extraen adversos,
lo que yo extraje, siempre, en cambio, del amor
ha sido placer, hijos, libros, comedias, versos,
risas, y en suma, todos los productos diversos
engendrados a impulso de mi mundo interior.

Y si ese amor —doliente— que la mujer inspira
—doliente porque en él con frecuencia hay mentira—
yo lo tuve propicio, y él me trajo el aporte
de la dicha, la prole, la péñola, la lira
y el tirso, es porque en mí fue brújula y resorte
para hacer lo que a hacer el escritor aspira.

Y, sabiendo que todo, todo lo que hice y hago
a ese amor de mujer, que es el ser de mi ser,
cuanto he logrado siempre imaginar y hacer,
así que le pagaron y percibí su pago
lo destiné de nuevo a un amor de mujer.

Total: que estoy en paz. En paz, y libre, y suelto
sin nada que exigir y sin nada exigible;
porque lo recibido lo devolví resuelto:
besos, favores, bromas e insultos. He devuelto
hasta libros prestados, cosa que es ya increíble...

Me dediqué al noble arte de escribir, que figura
en la ELE del «Espasa» como LITERATURA,
por tenaz vocación, fenómeno frecuente
cuando quien lo cultiva es persona decente;
y sin ser vanidoso, pues serlo es ser muy bestia,
y sin falsa modestia, que es peor, puedo afirmar
que triunfe en cuantos géneros me propuse triunfar,
valiéndome ello el odio, inmenso a no dudar
de los que hacen jactancia de su falsa modestia.

Con respecto al teatro, mi devoción por él
viene de la niñez primera, en que, a granel,
los tuve de madera, de tela y de cartón
aparte de los muchos que hice yo de papel:
pero mis preferencias en el período aquél
las reduje a subir y a bajar el telón;
y fue después —diez años después— cuando ese ardor
sufrió un cambio total en su punto de vista
y cuando, en vez de actuar de simple tramoyista,
comencé a desear convertirme en autor.

Para llegar a serlo seguí siempre la pista
que me tracé al principio por estimarla buena
dentro del panorama propio del humorista;
y jamás hice caso de la opinión ajena
en cuestiones artísticas..., porque soy un artista.
Pero si ataqué siempre, empleando los desplantes,
las burlas y el desprecio como desinfectantes,
cuando me vi atacado, a mi vez, por las hieles
de críticos injustos, ignaros e insultantes,
en todo semejantes al infame Anopheles;
pues, sorbiendo en las venas del artista sus mieles,
le dan veneno a cambio: de ahí, ser a él semejantes.

Y la guerra contra ellos, sin espada ni adarga
gané yo, al desahogarme de sus leves disgustos,
y evitarme la bilis, que a ellos aún les amarga,
con lo que vivo, y duermo tumbado a la larga,
vengado de injusticias y en la paz de los justos.

Por ello, al hacer ahora, para este Autorretrato,
balances de mi vida, he pasado un buen rato,
ya que amé y fui feliz: y sufrí... (porque advierto
que he sufrido lo mío, y que he luchado tanto,
y he trabajado tanto que ni recuerdo cuánto
y que hasta me da espanto si a recordarlo acierto):
pero, como igual tengo, en cambio, por muy cierto
que es el que no trabaja, ni ama ni sufre, un muerto.

Y hay tantos «muertos-vivos» bajo el celeste manto,
solamente al pensar el que en ese concierto
pude ser yo uno de ellos, aún me da más espanto,
y bendigo con júbilo lo que, siendo un quebranto,
me ha hecho «vivir-viviendo», y me ha vuelto un experto
en trabajar, sufrir y amar: el triple encanto.

He ahí, pues, mi vida... O querido u odiado
como hombre; y como artista, negado o admirado
(pues todo arte provoca o desagrado o goce,
al hallar enfrente a unos y hallar a otros al lado),
y me odia y niega siempre aquel al que he tratado
y me quiere y admira el que no me conoce.

Más tal disparidad de criterio es norma
entre hombres que rebosan el individualismo,
y todo español: sabe que, por duro atavismo,
nadie logra una fama en suelo nacional
sin escuchar un ¡viva! y un ¡muera! a un tiempo mismo.

En mí el ¡viva! no aumenta el contento que siento;
y el ¡muera! nunca mengua en nada mi contento;
porque, además de Física, se define y concreta
que el hombre y el avión, la llama y la cometa
sólo toman altura teniendo en contra el viento.

Ahora, en el punto y hora en que este escrito fecho,
de dónde sople el viento ya casi me da igual,
porque el comienzo está más lejos que el final...
Y, aun cuando tengo mucho por hacer en el trecho
de vida que me queda, fue tanto ya lo hecho
que aquí cierro esa cuenta... Y otro saque el total.

Veintiséis mil cuartillas, aproximadamente,
llené hasta el día de hoy, y esa labor ingente
en el libro, la prensa, la «radio» y el teatro
escrita quedó en páginas cuyo número abruma:
y de ellas, quince mil: con una misma pluma
«Parker», comprada en Hollywood el año treinta y cuatro.

Y como desde entonces acá, logré la suma
mayor de resultados a favor que he obtenido
(el vivir yo y los míos; tres coches; lo extendido
de mi nombre en Europa y en América y África;
los viajes —también largo y extenso recorrido—,
y el resolver sin riesgo mucha situación trágica),
puedo afirmar, seguro de que he de ser creído,
que todo se lo debo a dicha estilográfica;
y que los ocho dólares que me costó en Waikal
—Franklin Street, catorce, esquina al Hotel Lido—
en catorce años justos ya ha dado y producido
(satisfacción aparte, y aparte lo moral)
trescientos treinta mil, y en cifras más escuetas
tres millones doscientas dieciséis mil pesetas;
y no por «bolsa negra», sino al «cambio oficial».

Pero, como antes dije, y ahora repito, al cabo
del tiempo transcurrido, no tengo ni un ochavo,
aunque nada me importa... Porque la vida entera
menosprecié el dinero, de la misma manera
que desdeño la gloria (esa vil cortesana
que besa igual a todos: Churchill, Charlot, Beethoven)
y por la misma causa, que juzgo soberana
y que hace que me olvide del día de mañana:
la de que me sospecho que voy a morir joven.

¡Y eso que no estoy cierto de acertar! Y tampoco
lo deseo; lo lógico es que acertar lo sienta...
Pues si acertare..., ¡entonces viviría ya poco,
porque faltan cuatro años, si no falla mi cuenta,
para que llegue el año que me trae los cincuenta!
Cincuenta menos cuatro, cuarenta y seis... ¡Exacto!
Cuarenta y seis se cumplen «al comenzar este acto...»
¡Sí!... El barco de mi vida ha hecho ya mucha mar...
Y allá, en la lejanía, brumosa aún, se presenta
(aunque el alegre Amor ocultármela intenta
la lúgubre Aritmética me la obliga a mirar)
la otra orilla, donde, al desembarcar,
¡me espera la Guadaña! (Pero..., ¿y si es menos cruenta
de lo que, desde lejos, solemos sospechar?...)

¡Bah! Yo, en tanto que el barco llega a la triste orilla
como no me entristezco porque ella sea triste,
vivo feliz a bordo y del puente a la quilla
lo recorro, dispuesto ya a admirar cómo embiste
el tajamar al agua... Ya a tomar carrerilla
para ir al restaurant, donde huele a tortilla,
que me gusta muchísimo... Ya a ver darle el alpiste
al canario —barítono de túnica amarilla—
que tiene el sobrecargo colgado en la toldilla...
Ya a escribir: pues la vida del escritor consiste
en llenar de renglones la incipiente cuartilla...
Ya a oír cómo la orquesta ejecuta «Sevilla»
de Albéniz, que es la música más alegre que existe...

Ya a contemplar el cielo, en donde gira y chilla
una gaviota blanca, que la cabeza humilla
al mar, buscando el pez merced al que subsiste...
ya a subir por la pina y estrecha escalerilla
de las cubiertas altas, donde hay una sombrilla
al través de la borda, y tumbada en su silla,
bajo la que una dama preciosísima asiste,
al huir de las olas, que el babor acuchilla,
para echarme a su lado... —porque, ¿quién se resiste?
Y decirle cualquier tontería sencilla
sobre su hermoso cuerpo y lo bien que lo viste;
con lo cual ella dobla la mórbida rodilla
tras las manos cruzadas, e, igual que una chiquilla,
ríe, por hacer ver que lo ha tomado a chiste...
y por mostrar su boca que en rojo y blanco brilla .
(Y, en tanto, el barco avanza hacia la opuesta orilla;
hacia la última orilla, hacia la orilla triste,
pero, ¿y eso qué importa, si al existir se existe,
y la existencia en sí ya es una maravilla?)




CRONOLOGÍA

1901 El día 15 de octubre nace en Madrid en la calle del Arco de Santa María (hoy Augusto Figueroa). Es hijo de Enrique Jardiel Agustín, nacido en Quinto del Ebro (Zaragoza) en 1864, y de Marcelina Poncela Hontoria, nacida en Valladolid en 1866. Su madre era pintora y su padre periodista en La Correspondencia de España. Tiene tres hermanas: Rosario [1895], Angelina [1897] y Aurora [1899], fallecida prematuramente antes del nacimiento de Enrique.

1905 Comienza sus estudios en la Institución Libre de Enseñanza, dirigida por Francisco Giner de los Ríos. 1908 Abandona la Institución Libre de Enseñanza para ingresar en la Sociedad Francesa.

1912 Abandona la Sociedad Francesa para continuar sus estudios en el Colegio de los Padres Escolapios de San Antonio Abad. Comienza su actividad literaria en la revista quincenal del colegio, Páginas Calasancias.

1916 Se traslada a vivir con su familia a la calle de Churruca. Tiene como vecino a un muchacho de su edad, Serafín Adame Martínez, con el que escribe en colaboración su primera obra, el juguete cómico en dos actos Dádivas quebrantan peñas bajo los seudónimos de «Serafín y Joaquín Álvarez Tintero».

1917 El 31 de julio muere su madre en Quinto del Ebro. Ingresa en el Instituto de San Isidro, en la calle de Toledo, para estudiar el curso preparatorio de la carrera de Filosofía y Letras, que abandona al poco tiempo.

1920 Prepara unas oposiciones a Hacienda, aunque no se presenta a los exámenes. Colabora en los periódicos El Imparcial, La Libertad, La Nueva Humanidad y La Correspondencia de España.

1921 Trabaja como redactor en el diario vespertino La Acción.

1922 Conoce al escritor Ramón Gómez de la Serna —que ejerce a partir de ese momento una gran influencia literaria y humana sobre él—, asistiendo a algunas de sus tertulias en la Cripta del Café de Pombo. Inicia sus colaboraciones en la revista Buen Humor. Es nombrado redactor del diario de la noche La Correspondencia de España. Funda la publicación titulada La Novela Misteriosa.

1923 Abandona el periodismo para dedicarse plenamente a la literatura.

1924 Funda el semanario infantil Chiquilín, junto con José López Rubio y Antonio Barbero.

1926 Conoce a Josefina Peñalver, casada, con un hijo, y separada de su marido, a la que se une, instalando su domicilio en la calle de la Santísima Trinidad.

1927 Decide iniciar un nuevo período literario, dedicándose exclusivamente al género humorístico y repudiando expresamente la práctica totalidad de su extensa obra previa. Estrena Una noche de primavera sin sueño, su primera obra en solitario.

1928 El día 20 de diciembre nace su hija Evangelina. Al poco tiempo Jardiel se separa de la madre, Josefina Peñalver, que le abandona, quedando la niña al cuidado del escritor. Ramón Gómez de la Serna le presenta al editor José Ruiz Castillo, que le pide un original para la «Colección de grandes novelas humorísticas» de su editorial Biblioteca Nueva. Colabora en Gutiérrez con el seudónimo de«Conde Enrico di Borsalino». Rompe su larga colaboración dramática con Serafín Adame Martínez.

1929 Firma un contrato con la editorial Biblioteca Nueva por medio del cual ésta le pasa mensualmente un sueldo con el compromiso de entregar a la imprenta un libro anual.

1931 Conoce al escritor Gregorio Martínez Sierra, iniciándose desde ese momento una profunda amistad personal y profesional entre ambos, que dura hasta el fin de sus días.

1932 En el mes de septiembre marcha a Hollywood contratado por la Fox Film Corporation con un sueldo de 100 dólares semanales para trabajar como guionista en el Departamento de Español.

1933 En el mes de mayo regresa de Hollywood a Madrid. En los estudios cinematográficos Billancourt, de París, realiza para la Fox Celuloides rancios, una serie cinematográfica de su invención consistente en incorporar diálogos y efectos originales a seis cortometrajes mudos.

1934 Conoce a la actriz Carmen Sánchez Labajos, con la que convive hasta su muerte. En el mes de julio marcha a Hollywood para volver a trabajar como guionista del Departamento de Español de la Fox, con un contrato de un año y un sueldo de 200 dólares semanales.

1935 En el mes de febrero finaliza en Hollywood el rodaje de la versión cinematográfica de Angelinao el honor de un brigadier, para la Fox. Ese mes regresa a Madrid, finalizando con cuatro meses de anticipación su contrato cinematográfico. Nace su hija María Luz, fruto de su nueva unión sentimental.

1936 El día 16 de agosto, al comienzo de la Guerra Civil, es detenido durante tres días bajo la acusación de esconder a Rafael Salazar Alonso, quedando finalmente en libertad vigilada y recluido en su domicilio durante todo el año. En los meses de junio y julio prepara cortometrajes cinematográficos para Cifesa, que no concluye a causa de la guerra.

1937 En el mes de febrero consigue viajar de Madrid a Barcelona, custodiando una expedición de niños refugiados y fingiéndose maestro nacional. Una vez allí, intenta salir de España y en el mes de septiembre marcha a Francia a bordo de un mercante francés que lo desembarca en Marsella, desde donde se traslada sucesivamente a Niza, Monte Carlo, París y Boulogne, donde en el mes de octubre embarca hacia Buenos Aires provisto de un falso contrato de trabajo en la compañía teatral de Lola Membrives. Mientras tanto, su familia viaja a Marsella, donde permanece un mes, y luego a Buenos Aires.

1938 En el mes de mayo regresa con su familia de Buenos Aires a Lisboa y entra en la España franquista por Sevilla, para trasladarse posteriormente a San Sebastián, donde se instala hasta el final de la contienda. Durante el invierno rueda en San Sebastián los Celuloides cómicos, cuatro cortometrajes.

1939 En el mes de diciembre comienza la película Mauricio, o una víctima del vicio, largometraje que desarrolla los procedimientos cinematográficos que había empleado en sus cortos.

1940 Durante el verano firma un contrato en exclusiva con el empresario teatral Tirso Escudero, por el cual se compromete a estrenar en el Teatro de la Comedia de Madrid dos obras en cada una de las tres temporadas comprendidas entre 1940 y 1943 y a no estrenar durante ese plazo ninguna obra en otro teatro de Madrid. Durante el verano se constituye en empresario teatral, efectuando una gira por diversas localidades españolas con la compañía titular del Teatro de la Comedia.

1943 Se constituye en empresario y director de una Compañía de Comedias Cómicas propia que hace su presentación en el Teatro Borras de Barcelona el 17 de septiembre con el estreno de su comedia Las siete vidas del gato. Realiza su segunda gira con su compañía.

1944 El día 23 de abril muere su padre en Madrid mientras Jardiel se encuentra en Buenos Aires. Sufre una fortísima decepción sentimental a la que no logra sobreponerse nunca.

1944 En el mes de febrero viaja con su compañía a América para realizar una temporal teatral de seis meses. En el mes de marzo se presenta en el Teatro Cómico de Buenos Aires. En el mes de agosto viaja a Uruguay, actuando en el Teatro Artigas de Montevideo. A los pocos días se produce un incidente violento a cargo de grupos de exiliados republicanos españoles y de uruguayos opuestos al régimen franquista, con el que identifican a Jardiel, a raíz del cual se ve obligado a interrumpir la temporada y regresar completamente arruinado a Buenos Aires y, más tarde, a España.

1945 Se le declara un cáncer de laringe que acelera su final a lo largo de los años sucesivos.

1946 Su comedia El sexo débil ha hecho gimnasia obtiene el Premio Nacional de Teatro.

1949 Pasa los últimos años de su vida en la más absoluta miseria a causa de su estado de salud, que le impide trabajar, y del abandono de muchos. Comienza a escribir la comedia ¡Oh, París, ciudad sirena, que estás siempre junto al Sena!, que queda inconclusa.

1950 Ya muy enfermo, vive prácticamente recluido en su domicilio rodeado tan sólo de sus dos hijas y de su compañera Carmen, así como de un reducido grupo de amigos íntimos, como Serafín Adame y César González Ruano, y de algunos jóvenes artistas, como el director escénico Gustavo Pérez Puig, el dramaturgo Alfonso Sastre y el narrador Medardo Fraile. Publica un artículo diario en el periódico El Alcázar que constituye casi su única fuente de ingresos. Comienza a escribir la comedia Flotando en el éter, que deja inacabada.

1952 El día 18 de febrero muere en Madrid, en su domicilio de la calle de las Infantas, 40, ático, y es enterrado en un nicho en el que se inscribe como epitafio esta frase suya: «Si queréis los mayores elogios, moríos.»

Bibliografía

Dibujos originales

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Folleto diseñado por Jardiel



Portada de un manuscrito











El sexo débil ha hecho gimnasia



Eloísa está debajo de un almendro



Los habitantes de la casa deshabitada



Un adulterio decente


Blanca por fuera y Rosa por dentro

Las siete vidas del gato


Una noche de primavera sin sueño

Una noche de primavera sin sueño


Madre (el drama padre)


Los ladrones somos gente honrada


Los habitantes de la casa deshabitada

Carlo Monte en Montecarlo


Madre (el drama padre)


Carlo Monte en Monte Carlo

Decorados

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Carlo Monte en Montecarlo



Carlo Monte en Montecarlo



Carlo Monte en Montecarlo


Carlo Monte en Montecarlo


Carlo Monte en Montecarlo


Los habitantes de la casa deshabitada


Los habitantes de la casa deshabitada



Eloísa está debajo de un almendro


Eloísa está debajo de un almendro


Eloísa está debajo de un almendro


Cuatro corazones con freno y marchaatrás



Cuatro corazones con freno y marcha atrás



Cuatro corazones con freno y marcha atrás



Eloísa está debajo de un almendro


Eloísa está debajo de un almendro


Eloísa está debajo de un almendro

Miscelanea

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Diseño de un teatro infantil, con figuritas en movimiento


















Logotipo de la compañía teatral de Jardiel






Manuscrito de una comedia inacabada




Hoja publicitaria





Publicidad de su compañía


Programa de la compañía teatral de Mari Luz Jardiel






El papel de cartas de Jardiel, con diseño de sus obras



Programa de mano de El amor sólo dura 2.000 metros




Uno de sus escritos de juventud en la revista Buen humor


Mensaje con dibujo para una amiga




Diseño publicitario para una de sus comedias


Dibujo de ocio, sobre un posavasos


Una carta a su amigo José López Rubio




Página manuscrita de Es peligroso asomarse al exterior, con boceto de decorado





En una colección de cuentos, el mismo Jardiel le sirvió de ayudante a Sherlock Holmes


Cantables de su opereta Carlo Monte en Montecarlo



Jardiel emplea la publicidad como elemento cómico







Era habitual en Jardiel escribir las cartas a sus amigos en verso y con dibujos





Típica «tablilla» teatral dibujada por Jardiel para indicar a los actores el siguiente ensayo



Estas «aleluyas» pertenecen a la película muda Mauricio o una víctima del vicio, terrible melodrama que Jardiel dobló con diálogos cómicos




Página manuscrita de la novela Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?



Hoja publicitaria de la gira teatral de Jardiel por América, en 1944.

Su obra

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La obra escrita de Jardiel es ingente. Damos una relación de la que se conoce, a la que habría que añadir miles de cuentos y artículos que no están catalogados.


TEATRO

El príncipe Raudhick, comedia en cuatro actos. Estrenada por la compañía de Enrique Rambal en el Teatro Trueba, de Bilbao, en 1919. [Con Serafín Adame]

La banda de Saboya, zarzuela en un acto y cuadros. Estrenada en el Teatro Novedades, de Madrid, en 1922 por la compañía Lacalle-Aparici. [Con Serafín Adame. Música del Maestro José María Muñoz]

Mi prima Dolly, comedia en tres actos. Estrenada por la compañía de Tubau-París en el Teatro Colón, de México, en 1923. [Con Serafín Adame]

¡Te he guiñado un ojo!, adaptación de una comedia en tres actos, de Hennequin y Veber. Estrenada en el Teatro de la Princesa, de Madrid, en 1925 por la compañía de Elena Iordi. [Con Serafín Adame]

La hoguera, drama en tres actos. Estrenado en el Teatro Infanta Isabel, de Madrid, en 1925 por la compañía de Llopis. [Con Serafín Adame]

La noche del Metro, comedia en tres actos. Estrenada en el Teatro Victoria Eugenia, de San Sebastián, en 1925 por la compañía de Arturo Serrano. [Con Ernesto Polo]

¡Achanta que te conviene!, pieza corta en un acto. Estrenada en el Teatro Romea, de Madrid, en 1925 por la compañía de José Campúa. [Con Serafín Adame. Música del Maestro Modesto Romero]

El truco de Wenceslao, sketch lírico. Estrenada en el Teatro Romea, de Madrid, en1926 por la compañía de José Campúa. [Música del maestro Felipe Orejón]

¡Qué Colón!, sketch histórico. Estrenada en el Teatro Romea, de Madrid, en 1926 por la compañía de José Campúa. [Con Serafín Adame. Música del Maestro Rafael Calleja]

¡Vamos a Romea!, pieza corta en un acto. Estrenada en el Teatro Romea, de Madrid, en 1926 por la compañía de José Campúa.

Se alquila un cuarto, zarzuela en un acto. Estrenada en 1925, por la compañía de Prado-Chicote en el Teatro Principal, de San Sebastián. [Música de los maestros Fabre e Insúa]

Fernando el Santo, juguete cómico-lírico en un acto. Estrenado por la compañía Polichinela-Teatro, en el Teatro Tívoli, de Barcelona, en 1926. [Con Serafín Adame. Música del Maestro Muñoa]

No se culpe a nadie de mi muerte, juguete cómico en tres actos. Estrenado en 1926. [Con Felipe Moreno]

Una noche de primavera sin sueño, comedia humorística en tres actos. Estrenada, en el Teatro Lara, de Madrid, por la compañía de Emilio Thuillier y Hortensia Gelabert el 28 de mayo de 1927.

El cadáver del señor García, farsa en tres actos. Estrenada en el Teatro de la Comedia, de Madrid, en 1930.

Margarita, Armando y su padre, comedia, en cuatro actos. Estrenada en el Teatro de la Comedia, de Madrid, el 17 de abril de 1931. [Música del Maestro Ricardo Boronat]

Usted tiene ojos de mujer fatal, comedia en un prólogo y tres actos. Estrenada en el Teatro Principal de Valencia el 20 de agosto de 1932, y seguidamente en el Teatro Cervantes, de Madrid, el 1 de septiembre de 1933.

Angelina o el honor de un brigadier. (Un drama en 1880), humorada en un prólogo y tres actos. Estrenada en el Teatro Infanta Isabel (entonces María Isabel), de Madrid, el 2 de marzo de 1934. [Música del Maestro Ricardo Boronat]

Un adulterio decente, comedia en tres actos. Estrenada en el Teatro Infanta Isabel, de Madrid, el 2 de mayo de 1935.

Las cinco advertencias de Satanás, comedia en cuatro actos. Estrenada en el Teatro de la Comedia, de Madrid, el 20 de diciembre de 1935.

Intimidades de Hollywood, monólogo. Estrenado por Catalina Bárcena en el Teatro Coliseum, de Madrid, 1935.

La mujer y el automóvil, monólogo. Estrenado por Catalina Bárcena en el Teatro Coliseum, de Madrid, 1935.

El baile, monólogo. Estrenado por Catalina Bárcena en el Teatro Coliseum, de Madrid, 1935.

Cuatro corazones con freno y marcha atrás, farsa en tres actos. Estrenada en el Teatro Infanta Isabel, de Madrid, el 2 de mayo de 1936, con el título de Morirse es un error.

Carlo Monte en Monte Carlo, opereta en catorce cuadros Estrenada en el Teatro Infanta Isabel, de Madrid, el 16 de junio de 1939. [Música de Jacinto Guerrero]

Un marido de ida y vuelta, farsa en tres actos. Estrenada en el Teatro Infanta Isabel, de Madrid, el 21 de octubre de 1939.

Eloísa está debajo de un almendro, comedia en un prólogo y dos actos. Estrenada en el Teatro de la Comedia, de Madrid, el 24 de mayo de 1940.

El amor sólo dura 2.000 metros, comedia en cinco actos. Estrenada en el Teatro de la Comedia, de Madrid, el 22 de enero de 1941.

Los ladrones somos gente honrada, comedia en un prólogo y dos actos. Estrenada en el Teatro de la Comedia, de Madrid, el 25 de abril de 1941. [Música del Maestro José L. Rivera]

Madre (el drama padre), comedia en un prólogo y dos actos. Estrenada en el Teatro de la Comedia, de Madrid, el 12 de diciembre de 1941.

Es peligroso asomarse al exterior, comedia en un prólogo y dos actos. Estrenada en el Teatro de la Comedia, de Madrid, el 15 de abril de 1942.

Los habitantes de la casa deshabitada, comedia en un prólogo y dos actos. Estrenada en el Teatro de la Comedia, de Madrid, el 29 de septiembre de 1942.

Blanca por fuera y Rosa por dentro, comedia en dos actos. Estrenada en el Teatro de la Comedia, de Madrid, el 16 de febrero de 1943.

Las siete vidas del gato, melodrama en cuatro prólogos y dos actos. Estrenada en el Teatro Borrás, de Barcelona, el 17 de septiembre de 1943 y en el Teatro Infanta Isabel, de Madrid, el 10 de octubre.

A las seis en la esquina del bulevar, comedia en un acto. Estrenada en el Teatro Infanta Isabel, de Madrid, en 1943.

Tú y yo somos tres, comedia en dos actos. Estrenada en el Teatro Infanta Isabel, de Madrid, el 16 de marzo de 1945.

El pañuelo de la dama errante, tragicomedia en dos actos. Estrenada en el Teatro Infanta Isabel, de Madrid, el 5 de octubre de 1945.

El amor del perro y el gato, paso de comedia. Estrenado en el Teatro Infanta Isabel, de Madrid en 1945 por Amparo Ribelles y Pedro Porcel.

Agua, aceite y gasolina, comedia en cuatro actos. Estrenada en el Teatro de la Zarzuela, de Madrid, el 27 de febrero de 1946 por la compañía González-Vico-Carbonell.

El sexo débil ha hecho gimnasia, tragicomedia en dos actos. Estrenada en el Teatro de la Comedia, de Madrid, el 4 de octubre de 1946.

Como mejor están las rubias es con patatas, humorada en un prólogo y dos actos. Estrenada en el Teatro Cómico, de Madrid, el 6 de diciembre de 1947.

Los tigres escondidos en la alcoba, comedia en un prólogo y dos actos. Estrenada en el Teatro Gran Vía, de Madrid, el 21 de enero de 1949.


NARRATIVA

La victoria de Samotracia, novela corta. Madrid, La Correspondencia de España, 1919.

La dama rubia, novela corta. Madrid, La Correspondencia de España, 1920.

El caso de sir Horacio Wilkins, novela corta. Madrid, La Correspondencia de España, 1922.

El plano astral, novela corta. Madrid, La Correspondencia de España, 1922.

Aventuras de Torthas y Pan Pin Tao, novela corta. Madrid, La Correspondencia de España, 1922.

El misterio del Triángulo Negro, novela corta. Madrid, La Correspondencia de España, 1922.

La voz muerta, Madrid, novela corta. La Novela Misteriosa, 1922.

El espantoso secreto de Máximo Marville, novela corta. Madrid, La Novela Misteriosa, 1922.

Dos manos blancas, novela corta. Madrid, La Novela Misteriosa, 1922.

El hombre de hielo, novela corta. Madrid, La Novela Misteriosa, 1922.

Una aventura extraña, novela corta. Madrid, La Novela Misteriosa, 1922.

La sonrisa de Vadi, novela corta. Madrid, La Novela Misteriosa, 1922.

El aviso telefónico, novela corta. Madrid, La Novela Misteriosa, 1922.

El silencio, novela corta. Madrid, La Novela Misteriosa, 1922.

Las huellas, novela corta. Madrid, La Novela Misteriosa, 1922.

El hombre a quien amó Alejandra, novela corta. Madrid, La Novela Pasional, 1924.

El infierno, novela corta. Madrid, La Novela de Amor, 1924.

Una ligereza, novela corta. Madrid, La Novela de Amor, 1925.

Las defensas del cerebro, novela corta. Madrid, Nuestra Novela, 1925.

La sencillez fragante, novela corta. Madrid, Nuestra Novela, 1925.

La puerta franqueada, novela corta. Madrid, Nuestra Novela, 1926.

Ocho meses de amor, novela corta. Madrid, Nuestra Novela, 1926.

Jack, el destripador, novela corta. Madrid, La Novela Vivida, 1926.

La muchacha de las alucinaciones, novela corta. Madrid, La Novela de Amor, 1924.

Lucrecia y Mesalina, novela corta. Madrid, La Novela de Amor, 1925.

La Olimpiada de Bellas Vistas, novela corta. Madrid, La Novela Deportiva, 1926.

Las infamias de un vizconde, novela corta. Madrid, Buen Humor, 1927.

Pirulís de la Habana. Lecturas para analfabetos, cuentos. Madrid, Editorial Popular, 1927.

Amor se escribe sin hache, novela. Madrid, Biblioteca Nueva, 1928.

¡Espérame en Siberia, vida mía!, novela. Madrid, Biblioteca Nueva, 1929.

Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?, novela. Madrid, Biblioteca Nueva, 1931.

La «tournée» de Dios, novela. Madrid, Biblioteca Nueva, 1932.

Los 38 asesinatos y medio del castillo de Hull, novela corta. Madrid, La novela de una hora, 1936.

Máximas mínimas, aforismos. Barcelona, L. Miracle, 1937.

El naufragio del «Mistinguette», novela corta. San Sebastián, Los novelistas, 1938.

El libro del convaleciente. [Inyecciones de alegría para hospitales y sanatorios), cuentos. Zaragoza, Hispania, 1938.

Lecturas para analfabetos, cuentos. Madrid, Biblioteca Nueva, 1938.

Diez minutos antes de la medianoche, novela corta. Barcelona, Los novelistas, 1939.

Para leer mientras sube el ascensor, cuentos. Madrid, Aguilar, 1950.


ENSAYO

Tres comedias con un solo ensayo. Madrid, Biblioteca Nueva, 1933.

Cuarenta y nueve personajes que encontraron su autor. Madrid, Biblioteca Nueva, 1936.

Dos farsas y una opereta. Madrid, Biblioteca Nueva, 1939.

Una letra protestada y dos letras a la vista. Madrid, Biblioteca Nueva, 1942.

Exceso de equipaje. Mis viajes a Estados Unidos. Monólogos. Películas. Cuentos y cinco kilos de cosas más. Madrid, Biblioteca Nueva, 1943.

Tres proyectiles del 42. Madrid, Biblioteca Nueva, 1944.

Agua, aceite y gasolina y otras dos mezclas explosivas. Madrid, Biblioteca Nueva, 1946.

De Blanca al Gato pasando por el Bulevar. Madrid, Biblioteca Nueva, 1946.


GUIONES CINEMATOGRÁFICOS

Es mi hombre, adaptación de la obra de Carlos Arniches del mismo título para una película dirigida por Carlos Fernández Cuenca, en Madrid, 1927.

Se ha fugado un preso, diálogos y guión técnico para una película realizada por Benito Perojo, en Madrid, 1931.

Wild Girl, adaptación y diálogos en castellano para una película realizada por la Fox Film Corporation, en Hollywood, 1932.

Six Hours to Live, adaptación y diálogos en castellano para una película realizada por la Fox Film Corporation, en Hollywood, 1932.

El rey de los gitanos, adaptación, diálogos y guión técnico para una película realizada por la Fox Film Corporation, en Hollywood, 1932.

La melodía prohibida, adaptación, diálogos y guión técnico para una película realizada por la Fox Film Corporation, en Hollywood, 1932.

Los expresos y el expreso, guión y diálogos para un corto retrospectivo, para la Fox Movietone Corporation, en Billancourt (París), 1933.

El amor de una secretaria, guión y diálogos para un corto retrospectivo, para la Fox Movietone Corporation, en Billancourt (París), 1933.

Cuando los bomberos aman, guión y diálogos para un corto retrospectivo, para la Fox Movietone Corporation, en Billancourt (París), 1933.

Ruskaia gunai zominovitz, guión y diálogos para un corto retrospectivo, para la Fox Movietone Corporation, en Billancourt (París), 1933.

Emma, la pobre rica, guión y diálogos para un corto retrospectivo, para la Fox Movietone Corporation, en Billancourt (París), 1933.

Pursued, adaptación y diálogos en castellano para una película realizada por la Fox Film Corporation, en Hollywood, 1934.

Asegure a su mujer, adaptación, diálogos y guión técnico para una película realizada por la Fox Film Corporation, en Hollywood, 1934.

Angelina, adaptación, diálogos y guión técnico para una película realizada por la Fox Film Corporation, en Hollywood, 1934.

Usted tiene ojos de mujer fatal, adaptación, diálogos y guión técnico para una película realizada por Luis Parellada, en Barcelona, 1936.

Las cinco advertencias de Satanás, adaptación, diálogos y guión técnico para una película realizada por Horacio Socías, en Barcelona, 1937.

Margarita, Armando y su padre, adaptación, diálogos y guión técnico para una película realizada por Francisco Mugica para la Lumiton, en Buenos Aires, 1937.

Definiciones, diálogos, guión técnico, trucado, doblaje, montaje y dirección de un corto para la «Cea», en San Sebastián, 1938.

Letreros, diálogos, guión técnico, trucado, doblaje, montaje y dirección de un corto para la «Cea», en San Sebastián, 1938.

Un anuncio y cinco cartas, diálogos, guión técnico, trucado, doblaje, montaje y dirección de un corto para la «Cea», en San Sebastián, 1938.

El fakir Rodríguez, diálogos, guión técnico, trucado, doblaje, montaje y dirección de un corto para la «Cea», en San Sebastián, 1938.

Mauricio o una víctima del vicio, adaptación, diálogos, trucado, doblaje, montaje y dirección de una película retrospectiva (La cortina verde, 1912) realizada en los estudios Ballesteros, Madrid, 1940.

El amor es un microbio, adaptación, diálogos y guión técnico para una película realizada para la Lumiton, en Buenos Aires, 1944.


TRADUCCIONES

Un hijo pródigo, novela, de Tristan Bernard. Madrid, Rivadeneyra, 1923.

La procreación y el parto, del doctor Caufeynon. Madrid, C. Raggio, 1925.


CONFERENCIAS

Comentarios quincenales para oyentes informales, Unión Radio, Madrid, 1927.

Consecuencias de un viaje por carretera en sexticiclo, Casino Mercantil, Zaragoza, 1927.

El amor en la mujer, en el hombre y en los tranvías de la Prosperidad, Círculo de Bellas Artes, Madrid, 1929.

Lo peor que hay en el mundo son los hombres y las mujeres, Unión Radio, Madrid, 1929.

Los veraneos heroicos en la sierra, Unión Radio, Madrid, 1929.

De París a Hollywood en 60 minutos, «Publi-Cinema», Barcelona, 1933.

La mujer como elemento indispensable para la respiración, Residencia de Estudiantes, Madrid, 1933.

La alegría de volver, Liceo Francés, Madrid, 1933.

New York y otros pueblecillos de Norteamérica, Círculo Artístico, San Sebastián, 1933.

Cómo reímos en España, University of California, Los Ángeles, 1934.

¿Dan ustedes su permiso?, Radio Rivadavia, Buenos Aires, 1937.

El matrimonio, Radio Rivadavia, Buenos Aires, 1937.

La mujer, Radio Rivadavia, Buenos Aires, 1937.

El hombre, Radio Rivadavia, Buenos Aires, 1937.

El teatro y la realidad, Radio Rivadavia, Buenos Aires, 1937.
Viajes, Radio Rivadavia, Buenos Aires, 1937.

Más viajes, Radio Rivadavia, Buenos Aires, 1937.

Y todavía más viajes, Radio Rivadavia, Buenos Aires, 1937.

Con permiso de ustedes, Radio Rivadavia, Buenos Aires, 1937.

Hay que reírse de todo lo que no tenga gracia, Hospital de guerra, San Sebastián, 1938.

El teatro, Colegio de San Antón, Madrid, 1941.

Saludo a Barcelona, Teatro Borrás, Barcelona, 1943.

Irse y volver, Teatro Cómico, Buenos Aires, 1944.

La vida del arte y el arte de la vida, Universidad de Valladolid, 1946.


OBRA INEDITA

Dádivas quebrantan peñas, comedia en dos actos, 1916. [Con Serafín Adame]

Aires de la tierra, comedia en dos actos, 1917.

El oro de la Malasia, comedia en tres actos, 1917.

Mosalud de Brievas, novela, 1917.

Blanca de Bouvines, comedia en un acto, 1918.

El león castellano, comedia en tres actos, 1918.

La voz de alarma, novela, 1918.

Las amantes de Teruel, comedia en tres actos, 1918. [Con Serafín Adame]

Salucilla, co­media en un acto, 1918. [Con Serafín Adame]

El doctor Hasckruck, comedia en tres actos, 1919. [Con Serafín Adame]

El gaucho negro, comedia en tres actos, 1919. [Con Serafín Adame]

Las águilas del imperio, comedia en tres actos, 1919. [Con Serafín Adame]

El duende de la Colegiata, comedia en tres actos, 1920. [Con Serafín Adame]

La precocidad de Irene, comedia en dos actos, 1920. [Con Serafín Adame]

Los azares de Azores, comedia en dos actos, 1920. [Con Serafín Adame]

El divino Rafael, comedia en dos actos, 1921. [Con Serafín Adame]

El primer Spada, comedia en dos actos, 1921. [Con Serafín Adame]

Améri­ca es así, comedia en un acto, 1922. [Con Serafín Adame]

El precipitado Rojo, comedia en un acto, 1922. [Con Serafín Adame]

Los hombres, adaptación en tres actos de la novela del mismo título de Alberto Insúa, 1922.

Tener la mujer bonita, comedia en dos actos, 1922. [Con Serafín Adame]

El seguro de vida, comedia en un acto, 1923. [Con Serafín Adame]

El testamento de Jonas Clay, novela, 1923.

El vecino de enfrente, comedia en un acto, 1923.

El vuelo del águila, biografía teatral, en verso en cinco actos, 1923. [Con Serafín Adame]

En el silencio de la noche, adaptación de la novela de Gastón Leroux Rouletabille en Rusia, en cuatro actos, 1923. [Con Serafín Adame]

La aguja de marear, comedia en un acto, 1923.

La ciudad de Viena, comedia en dos actos, 1923. [Con Serafín Adame]

La momia del buey Apis, comedia en dos actos, 1923,

Los ojos del monstruo, comedia en cuatro actos, 1923. [Con Serafín Adame]

Pero ¿usted es Colette?, comedia en tres actos. 1923.

Recortes de periódico, comedia en dos actos, 1923.

Un inglés que se divierte, comedia en tres actos, 1923.

A Roma por todo, comedia en un acto. 1924. [Con Serafín Adame]

El balazo, novela, 1924.

El coche número 13, comedia en cinco actos, 1924.

El vestido largo, pieza corta en un acto, 1924.

Locura-Palace, comedia en tres actos, 1924. [Con José Si­món Valdivielso]

Indio sin gracia, pieza corta en un acto, 1924.

Para caso de incendio, comedia en un acto, 1924. [Con Serafín Adame]

Tiby y Dabo, pieza corta en un acto, 1924.

Un hombre de bien, co­media en tres actos, 1924. [Con José López Rubio]

Bienvenido Magallanes, comedia en tres actos, 1925. [Con Serafín Adame]

El año 2500, comedia en tres actos, 1925. [Con José López Rubio]

El cinturón de castidad, comedia en dos actos, 1925. [Con Carlos Sampelayo]

El con­de de Châteron, zarzuela en tres ac­tos, 1925. [Con Serafín Adame]

El devocionario de Valentina, novela, 1925.

El Landrú de Bellas Vistas, comedia en un acto, 1925.

El mantón de la «china», comedia en un acto, 1926.

El conde de Châteron, zarzuela, 1926. [Con Serafín Adame]

Rick es un piel roja, comedia en tres actos, 1927.

El rápido de las 8 y 40, 1927.

Madame de Delfos, 1927.

El reinado de Nabucodonosor, comedia en un acto, 1928. [Con Serafín Adame]

No se culpe a nadie de mi muerte, comedia en tres actos, 1928.

Versos escogidos

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Se conoce bien la labor de Jardiel como novelista y comediógrafo. Su faceta de poeta está aún por reconocerse y valorarse. Incluímos aquí algunas composiciones interesantes.
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LA VIDA

Por lo breve es... el tiempo de un respiro;
un relámpago; el cruce de una estrella;
un parpadeo; un goce; una centella;
una germinación; un beso; un tiro;
un do de pecho; un brindis; un suspiro;
una flor en un búcaro; una huella;
una amistad; lo bello de una bella;
una promesa; un éxito; un ¡te admiro!;
un convertirse en público un secreto;
un pasar de cadáver a esqueleto;
un naufragio; una rúbrica; una bruma;
un rubor; un crepúsculo; un asueto;
un eclipse; una boda; un sí; una espuma;
un amor; una dicha... y un soneto.
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FORD V8

Siempre un Ford V8... Porque otros dos tuve,
es ya éste el tercer Ford en el que voy.
En cuestión de coches, siempre un Ford 8V:
un Ford V8 y made in Detroit.
El que no es Ford 8V me parece feo:
y porque he tenido tres Ford, gran turismo,
confundo los de antes con éste y me creo
que los tres son uno, es decir: el mismo.
Fueron el uno del otro el vivo retrato
porque les di a todos idéntico trato.
¡Muy mal trato: es cierto! ¡Pobre el que ahora uso...!
No parece un Ford, sino un coche ruso:
abollado y sucio y tan despintado
que por todas partes le invade la herrumbre.
Pobrecito coche, siempre estacionado
ante alguna puerta: y en invierno helado
y en verano, echando por sus chapas lumbre.
¡Pobre leal amigo!, que haces mi deleite
gimiendo y soplando con alma de fragua:
porque lleva el cárter vacío de aceite
y porque me olvido siempre de echar agua...
Y él, aun así sigue... Aun así camina...
Corre hasta, yo creo, que sin gasolina.
¡Pobre coche mío! ¡Pobre gran amigo
de tanta aventura cómplice y testigo!
¡Cómplice y testigo de tantas escenas,
y de tantas bromas y de tantas penas:
penas que, sin duda, siempre ha recordado
porque no se olvida, si es el pasado;
y, en cambio, los días amables y tiernos
seguro que todos los ha ya olvidado!
¿A que no recuerda las lindas sonrisas
que se reflejaron en su parabrisas?
No, claro; ni una... No hay gestos eternos
y aquellas sonrisas de mujer, borraron
los dedos de lluvia de muchos inviernos;
pero todavía mi suerte es peor
que encuentro un instante y de nuevo pierdo
sonrisas o rostros o escenas de amor
al reproducirse el fugaz recuerdo
en el espejito «Liliput-Cinema» del retrovisor.
Y es que envejecemos, Ford 8 querido:
pues, cuando se vuelven al ayer los ojos,
es que ya los muelles se nos ponen flojos
y que nada es ahora lo que antes ha sido.
Sí. Los años jóvenes, que como una hilera
de resplandecientes faroles de gas,
vi siempre delante de mi, y a la espera
de que yo llegase, los veo hoy detrás.
¡Noble coche mío! ¡Noble y leal amigo!,
servidor paciente de largas esperas
y ejecutor dócil de mis fantasías,
que igual rompes vallas, que trepas aceras;
que, cuando es preciso, subes escaleras,
y saltas cunetas y vas por las eras
y por los sembrados: y que llegarías,
si yo te pidiese también que lo hicieras,
a entrar por los túneles y andar por las vías.
¡Oh, fiel compañero de rutas viajeras
de todas las horas y todos los días...!
¡Lugar geométrico de mil averías!
¡Rastrillo de caucho de las carreteras,
que, si en vez de España eran extranjeras,
sacabas más fuerzas de las que tenías
y entonces volabas, mejor que corrías,
porque, así, humillando en locas carreras
a todos los coches de allí que veías
dejabas bien altas nuestras dos banderas!
(Pero calla, no hables... ¿por que te sinceras?,
ya sé que es la mía por la que lo hacías.
Pero no te asustes, que seré discreto
y de tal manera guardaré el secreto
que desde ahora mismo juro por quien soy
que no han de saberlo jamás en Detroit.)
Te estimé siempre y te honré también.
Te honré en tus tuercas, te honré hasta en las «juntas»
y si no, contesta a algunas preguntas.
¿Estando tú en forma tomé yo algún tren?
¿Y no callé siempre y siempre me callo
los contados días que tienes un fallo?
Y aunque ambos sabemos que sí existen varios,
¿he dicho yo a alguien, ni una sola vez,
que ni entre los coches más extraordinarios
exista uno solo de tu rapidez?
¿Ni otro igual de fuerte? ¿Ni igual de bonito
aunque estás de feo que causas espanto?
¡Di! ¿Opiné algo de eso ni hablado ni escrito?
¡No! Porque te quiero. Y te quiero tanto
a pesar del trato que te doy, ¡oh, Ford!
que ya lo ves: ahora compongo este canto
en tu solo elogio, en tu único honor...
¿Y con quién he obrado como contigo obro?
¡Con nadie del mundo! Pues sabes de sobra
que el arte, aun siendo arte, se vende y se cobra
y yo, cuanto escribo lo vendo y lo cobro.
Y si fui contigo un poco locatis
eso que te escribo te lo escribo gratis.
¿Cómo? ¿Te emocionas? ¡Oh, no! No te dejo...
y menos que llores, pues no eres un viejo
para que ahora llores a más y mejor.
¿Lo niegas? ¿No lloras? ¡Vamos, que estás chocho!
Si hasta has hecho charco... ¡Ah! ¿Es el radiador?
Entonces, perdona, y a todo motor
dame un buen abrazo, ¡oh, Ford V8!
¡Y aprieta bien fuerte, oh, V8 Ford!
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CUENTOS Y CHISMES DEL OFICIO

Como habrán visto ya por el programa
redactado para este beneficio,
Jardiel me ha hecho un monólogo de «dama»
hablando de las cosas del oficio.
Y aquí salgo a decirlo, porque es fama
que de ustedes estoy siempre al servicio.
Lo único que me escama
es que es un poco tarde ya para el suplicio.
Pero hablaré de prisa, aunque sea un vicio,
y se marchan ustedes a la cama...
y Dios les premiará su sacrificio.

El teatro es mi centro,
y bien puedo hablar de él, pisando firme;
voy, pues, a contar algo de aquí dentro,
a saludarles... y después, a irme.

El tema es siempre ameno,
y se pueden decir cosas curiosas:
voy a hablarles a ustedes de las cosas
que suelen ocurrir en un estreno.
La obra llega a las manos de la Empresa
o bien hecha de encargo o por sorpresa.
De la primera manera
rara vez la comedia llega entera,
porque el autor, a quien la Empresa asedia,
por ser de los probados y aplaudidos,
tiene siempre aceptados diez pedidos...
y nunca tiene escrita una comedia.
En el caso segundo,
cuando la obra se acepta y no se encarga,
porque el autor es nuevo en este mundo,
la comedia está entera, pero es larga,
y otras veces es corta; mas no importa,
porque el autor, si es corta, pues la alarga,
y si es larga, suspira y va... y la corta;
pues, aunque no se explica, ni concibe,
el que no es escritor escribe mucho,
y el escritor ya ducho,
ése, si puede no escribir, no escribe.
Dispuesta por completo la comedia,
se anuncia su lectura a los actores;
suele ser a las dos o dos y media,
la hora de los calores;
vienen todos dormidos, tan dormidos,
que ni recuerdan bien sus apellidos,
y avanzan por las calles soleadas
de dos en dos, o bien de cuatro en cuatro,
palpando con las manos las fachadas
hasta dar con la puerta del teatro.
Y es que no hay un actor del siglo veinte
que consiga dormir lo suficiente,
y sólo mientras leen los autores,
en la penumbra gris del escenario,
consiguen los actores
dormir alguna vez lo necesario.
Reparto de papeles. Discusión.
Trance que es siempre amargo,
pues todo el mundo quiere un papel largo...
y todos no lo son.
No existe ni una sola profesión
donde suceda lo que ocurre en ésta:
y es que cobrar sin trabajar molesta...
¿Tiene esto explicación?
El autor sufre... El empresario grita:
«¡Tenéis que haceros cargo!»
Y la primera actriz, la pobrecita,
no sufre ni se irrita...
porque tiene un papel así de largo.
Queda, al fin, el disgusto a flor de piel;
se separa otra vez la compañía
y se empieza a ensayar al otro día...
sin que nadie se sepa su papel.
Cuatro ensayos más tarde
un actor, sin querer, se aprende el suyo,
armando un buen barullo
con su alarde;
pero al día siguiente,
de improviso, el actor se ve atacado
de amnesia efervescente,
y cuando quiere hablar, se le ha olvidado
irremisiblemente.
En los primeros días nuestra gente
no estudia su papel, aunque sea poco,
porque hay tiempo de hacerlo suficiente;
y en los últimos días..., pues tampoco,
porque no hay tiempo materialmente.
Una semana en pleno desvarío
de compras y de gastos;
y aquí dentro hay tal lío,
de modistas, de telas, de tijeras,
de pelos, de papeles, de maderas,
de muebles y de trastos,
que la Empresa, como hacen las mamás
cuando lanzan al mundo un nuevo infante,
declara: «¡Éste y no más;
no estreno ya jamás
ni a Lope que del nicho se levante!»
(Aunque, como hace luego la mamá,
nunca cumple lo dicho, claro está.)

Se llega, al fin, a la última jornada,
que –como hay que llamarla de algún modo–
se llama: «ensayo general con todo»,
pero es ensayo general sin nada.
Falta siempre lo más imprescindible;
no traen los decorados prometidos;
va a ponerse una luz, y no hay flexible;
y, como ya coser es imposible,
se hace con imperdibles un vestido
y dos horas después ya se han perdido,
porque ésa es la misión del imperdible.
El estreno, por horas, se avecina;
se galopa, se suda, se trabaja
con verdadera inquina,
se manda a por bencina;
uno sube, otro baja
y todos piden sellos de aspirina.

La comedia le pesa al empresario
y le dice al autor que es necesario
cortar lo menos media;
el autor tiene un miedo extraordinario,
y quiere cortar toda la comedia.
Los actores, con gestos lastimeros,
le piden que no corte lo que importe;
que, si acaso, que corte
lo que hablan los restantes compañeros.
Y la primera actriz,
a la que todos creen tan feliz
mecida en una vida placentera,
mientras la peluquera
le hace tirabuzones,
forra en un rinconcito unos sillones
sentada en una estera.

Todo el mundo se queja de los pies
se encargan a docenas los cafés,
y el que tiene memoria suficiente,
se acuerda vagamente, en día veinte,
de que almorzó en su casa el día tres.
Y, en tal marimorena,
está de mal humor incluso el gato,
que no encuentra su plato
porque se lo han quitado para escena.
Y así, entre sinsabores,
y angustias, y esperanzas, y sudores,
dan las diez de la noche de aquel día,
y se enciende, por fin, la batería...
Silencio... Expectación...
Nervios deshechos ya por la emoción:
emoción siempre nueva, aunque es antigua.
La gente de aquí dentro se santigua...
¡Se levanta el telón!

Y desde ese momento,
ahí fuera hay con frecuencia diversión,
pero aquí dentro hay siempre sufrimiento...
A veces surge el triunfo, y otras veces
se bebe uno el frasco hasta las heces:
pero de esto es mejor no hablar siquiera,
ni tocando madera.
Del triunfo hay que decir que, por rotundo
que dicho triunfo sea,
siempre hay sabor amargo en la jalea,
pues nunca se da gusto a todo el mundo.
A partir de la noche del estreno,
el ambiente aquí dentro es más sereno;
pero aún no han concluido los apuros:
hay que estar sin salir del escenario;
esclavos del reloj y del calendario;
y hay que ver cuántos duros
ingresan a diario;
y hay que vivir pendientes del calor,
nuestro gran enemigo en los estíos:
y pendientes del frío, amigos míos,
pues nadie va al teatro con los fríos,
y se pierde un horror.
Y si llueve, muchísimo peor,
porque, ¿a ver quién se atreve
a salir de su casa cuando llueve?
Y cuando el tiempo es bueno, pues es malo,
y siendo hermoso es feo,
pues las gentes se marchan de paseo
y no vienen aquí ni con regalo.

En fin: que es un oficio el de la escena
que no vale la pena.
¡Palabra de mujer!
Si volviera a nacer,
y, si fuera la misma todavía:
con mi misma alegría
y mi modo de ser
y mi tipo y mi cara y mi nariz;
si volviera a nacer, como decía,
y si fuera la misma... ¡volvería
a dedicarme a actriz!
*
*
*
NUEVA YORK

Una ciudad con dos ríos.
Chinos, negros y judíos
con idénticos anhelos.
Y millones de habitantes,
pequeños como guisantes,
vistos desde un rascacielos.
En el invierno, un cruel frío
que hace llorar. En estío,
un calor abrasador
que mata al gobernador
–que es siempre un señor con lentes–
y a los doce o trece agentes
que llevaba alrededor.
Soledad entre las gentes.
Comerciantes y clientes.
Un templo junto a un teatro.
Veintitrés o veinticuatro
religiones diferentes.
Agitación. Disparate.
Un anuncio en cada esquina.
«Jazz-band». Jugo de tomate.
Chicle. «Whisky». Gasolina.
Circuncisión. Periodismo:
diez ediciones diarias,
que anuncian noticias varias
y todas dicen lo mismo.
Parques con una caterva
de amantes sobre la hierba
entre mil ardillas vivas.
Masas con fama de activas,
pero indolentes y apáticas.
«Estrellas», actrices, «divas»
y máquinas automáticas.
Oficinas sin tinteros:
con «Kalamazoos», ficheros,
con nueve timbres por mesa
y con patronos groseros
de cara de aves de presa.
Espectáculos por horas.
«Sandwichs» de pollo y pepino.
Ruido de remachadoras.
Magos y adivinadoras
de la suerte y del destino.
Hombres de un solo perfil,
con la nariz infantil
y los corazones viejos.
El cielo pilla tan lejos,
que nadie mira a lo alto.
Radio, Brigadas de Asalto.
Garajes con ascensor.
Cemento. Acero. Basalto.
Sed. «Coca-Cola». Sudor.
Prisa. Bolsa. Sobresalto.
Y dólares. Y dolor:
un infinito dolor
corriendo por el asfalto
entre un «Cadillac» y un «Ford».
*
*
*
LA VIDA VULGAR
Yo tengo unas ansias muy inexplicables,
resistir no puedo la vida vulgar...
Yo tengo unas ansias muy inexplicables,
pero, a pesar de ello, las voy a explicar.
Quisiera perderme en el «oceano»
a bordo de un yate francés o italiano;
quisiera, aun sabiendo lo difícil que es,
subir en dos saltos al monte «Everés»;
quisiera batirme a espada o a sable
con un conde ruso de sonrisa amable;
quisiera viajar en gasolinera
cantando una copla que aprendí en Utrera;
quisiera vivir un año en el Congo
con lo que me dieran de empeño del hongo;
quisiera poder ir a los teatros
llevando en el hombro subido un albatros;
pero nada de eso podré conseguir
según me ha anunciado ayer un fakir,
y, por más que sufra, me habré de aguantar
con seguir viviendo la vida vulgar...
*
*
*
JACINTO BENAVENTE
Pequeñito y agudo cual puñal florentino
(siempre tuvo solvencia el puñal de Florencia),
habla con voz muy baja, pero al hablar encanta.
Sólo pueden oírle los de oído muy fino.
Tenido por un sabio por los que no son sabios
el cual –si hacemos caso de las gentes ociosas–
está hecho con virutas de maderas preciosas.
Se ha dicho que es su rostro como el de Lucifer,
pero en tal semejanza, la verdad, yo no creo.
«¿Él» como Lucifer? ¡No, hombre, no! ¡Qué ha de ser!
Al lado de él, el Diablo no resulta tan feo.
Todo el mundo le cita por su nombre de pila;
se le conocería entre dos mil en fila.
Y es el único autor que ha hecho la extraña cosa
de cruzar el Atlántico con una mariposa.
*
*
*
PARÍS

París... ¡París! Voilà Paris!
Asfalto azul y cielo gris
que se contempla vis-à-vis,
o, mejor dicho, tête-à-tête.
Aristocracia en flor de lis
hacia la Estrella y Saint-Denis.
Pueblo Burgués en La Villete.
Frauleins y niños. Y una miss
junto a una estatua del rey Luis
en un jardín. Voyons, Pierrette,
viens donc ici; ne sois pas bête!
Rue de la Paix. Hotel Claridge.
Puesto de libros. Casa Hachette.
Capas de piel de petit-gris.
Y en el «Casino» una vedette
mucho más vieja que el país,
a quien la gente llama «Mis-
tinguette».
*
*
*

TODO ES TRES

Apuntad a esta verdad,
cabal entre las cabales:
todo es tres, y tres iguales
la Divina Trinidad;
las Virtudes Teologales,
Fe, Esperanza y Caridad;
y las cursis iniciales
que en las losas sepulcrales
expresan la Eternidad.
La división de los días;
los meses de una Estación;
las diversas trilogías
sin una sola excepción;
la edad (3-3) del Mesías
cuando su Crucifixión;
las Parcas, las tres Marías;
y las naves de Colón.
Las leyes de la prudencia:
el ver, oír y callar;
los miembros para formar
el tribunal que sentencia;
las bolas en el billar;
y las palabras, azar,
ocultismo o coincidencia,
que leyó la concurrencia
del Festín de Baltasar
Tres son las gracias, aquellas
estrellas de luz radiante
que Rubens pintó tan bellas
como fueron, tal vez, ellas;
aunque para ser doncellas
las exageró bastante;
y también son tres y estrellas
las que, en oro coruscante,
de un capitán muestran huellas
que aspira a ser comandante.
Tres, las soluciones sumas
que al hombre brinda el Eterno:
Cielo, Purgatorio e Infierno;
y los signos de uso alterno
de la Sibila de Cumas;
y los dedos del gobierno
calígrafo de las plumas;
los Mosqueteros de Dumas
y las Furias del Averno.
Tres los mayores trofeos
de arqueológico destino;
las Pirámides de Cheops,
de Chefrén y Micerino;
y los sátrapas caldeos
muertos por un asesino:
final que es tan imprevisto
como amargo hasta las heces;
y los Cismas y las Preces;
y los nombres que se ha visto
darle al Hermes Trimegisto;
y tres seguidas, las veces
que San Pedro negó a Cristo.
Tres, los metales fatales,
—plata, oro y cobre— los cuales
han causado inmensos males
siempre que fueron dineros;
y los jefes Comuneros,
cuyos rebeldes aceros
fueron también tres metales
fatales por lo mortales;
y tres, también, los brutales
y crueles compañeros
del «Vivillo» y del «Pernales».
Tres letras por sobrenombre
recibe el abecedario;
y otras tres las que dan nombre
popular a un gran diario;
tres son, sin que a nadie asombre
los tercios de un novenario,
los cables de un incensario
los enemigos del Hombre;
y las Cruces del Calvario.
Tres son, al menos, los pies
que ha de tener un asiento
para demostrar que lo es;
y los cerditos del cuento
del «Lobo feroz» inglés;
y asimismo, fueron tres
las estatuas de Ramsés
que en Egipto enterró el viento.
Tres, los seres que una cuna
reúne en torno, de fijo:
la madre, el padre y el hijo;
las provincias de Euskalduna;
los clavos de un crucifijo;
y las caras de la luna:
o, mejor dicho, las fases,
porque conviene hablar bien;
y los lados y las bases
que a un triángulo dan sostén;
y las diferentes clases
de los vagones de un tren...
si no hay hinchas futbolistas
aguardando en cada andén;
y tres los protagonistas
—contando la sierpe insana—
de la Historia del Edén
y cuya ambición sin tasa,
que hizo la orden de Dios vana,
les llevó a perder su casa
por querer una manzana.
Tres, en virtud de la tónica
de la ordenación canónica
son los votos que hace el Clero;
tres el número puntero
entre la gente masónica;
las arpas de la Sinfónica;
y los grados que, en enero,
pone por bajo de cero
el suave clima campero
de la Carpetovetónica.
Tres los paños de un dosel;
y las capas de una piel;
y los vientos de más hiél:
simoun, mistral y pampero;
las sílabas de Jardiel
(que es un rato majadero
mezclándose en el pastel)
y las noches que Luzbel
se le apareció a Lulero,
que al fin, le tiró un tintero:
según, al menos, contó él;
y los palos de un velero;
y las patas de un brasero;
las bocas del Can-Cerbero;
las verdades del barquero;
y las tribus de Israel.
Tres, las letras que el mercante
que naufraga da, anhelante,
«S.O.S.», al navegante
que acudirá a su tragedia;
tres, las partes que dio el Dante
a su «Divina Comedia»;
y tres... bueno: tres y media
las familias de la andante
gitanería ambulante
cuyo apellido es Heredia.
Tres, los tomos que hace impresa
«Las Moradas» de Teresa
de Jesús, la monja heroica;
las plazas de una calesa;
los minutos en que espesa
la salsa mayonesa;
y las hembras de alma estoica
que la tierra aragonesa
opuso a la paranoica
y torpe invasión francesa;
y los jacos de una troika
de Leningrado o de Odesa.
Tres son en el labrantío
las faenas del estío;
tres, las obras en que Talma
puso más talento y brío;
y en tres cosas siempre empalm
a el triunfo su poderío:
la lluvia, el calor, el frío,
la brisa, el tifón, la calma;
el mirto, el laurel, la palma;
la ermita, la fuente, el río;
los Enemigos del Alma,
y los naipes para un trío.
Tres las letras que, abreviando,
al insultar hacen vil;
y otras tres las que, pegando
al del insulto nefando,
tornan lo vil en viril;
tres son los hilos que, el blando
entrecruzado sutil,
y en el telar, trabajando,
usa la industria textil;
y tres las voces de mando
para el fuego de un fusil;
los afluentes del Sil:
y tres los avisos cuando
a algún torero, matando,
le echan un bicho al toril;
y las barras de un atril;
y los toros de Guisando;
y los picos del perfil
de un tricornio, exceptuando
los de la Guardia Civil,
que son dos no sé por qué,
aunque ya me enteraré
pues la cosa me interesa;
y tres son —o hay gran sorpresa—,
las hojas del trebolé,
que es como el trébol se expresa
en la canción montañesa;
y los hijos de Noé:
y tres, los gramos que pesa
—plato incluido— un bisté
de restauran! o café,
lo cual deja estupefactos:
y tres los únicos actos
que a una obra concede, exactos,
la Preceptiva francesa;
y las veces que se ve
sentarse al día a la mesa
a la gente —siempre obesa—,
de apetito y de parné:
pues, aunque es útil y amena,
la costumbre no es barata
ni hecha a base de patata,
de col o de berenjena:
y yo añado que ni buena,
porque la cena envenena
—según Avicena— y mata...
¡y aun diciéndolo, Avicena
fue por culpa de una cena
por lo que estiró la pata!
En fin —y como postdata,
que es la palabra más grata,
para el lector de esta lata,
al que doy mi enhorabuena:
tres metros de tela estrena
todo el que estrena una bata;
tres son los bajos de arena
que rodean cabo Gata;
las semanas de carena
que exigía una fragata;
y las mulas en reata;
y tres las hijas de Elena.
En el mundo, finalmente,
todo es tríptico, y tres es.
Y hasta matrimonialmente;
porque si un tiempo después
de la boda, es evidente
que ella anda dando traspiés
y que él no anda diligente,
¡pues al final, fatalmente,
será una regla de tres!
*
*
*



LA PREGUNTA INÚTIL

El perro sufre... El perro padece:
es fácil presa
de innumerables miedos: y muy frecuentemente
está enterrado el perro; dando diente con diente,
cuando humilde, se mete debajo de la mesa...
Por fortuna, confía desde que era pequeño
en su dueño, en el amo al que cree de hierro
e invencible... y por eso concilia sólo el sueño
junto al amo: y entonces se queda como un leño.
Mas por desgracia, en cambio, ¡hay tanto infeliz perro
que vive sus terrores a solas y sin dueño!
Sí... Ese adorable ser, el más puro que existe,
cuyo amor es constante, y es igual noche y día,
y cuyo mayor goce es nuestra compañía:
por lo que a separarse con dolor se resiste,
ese gran camarada, ¡aun en plena alegría,
tiene en sus dulces ojos una mirada triste...!
Y es que el perro —el canino, que es mucho más hu[mano
que el humano— porque éste es realmente el canino,
ese paciente amigo,
ese entrañable hermano,
cuyo pobre cerebro sólo recibe oscuras sensaciones,
¡soporta un brutal torbellino
de diarias, terribles y angustiosas torturas!
¿Por qué? ¿Por qué obligar al perro a tal destino?
¿Por qué hacer que padezca sufrimientos sin tino
ese noble animal que destila dulzuras?
¿Por qué? ¡Dime! ¿Por qué, Señor de las alturas?
Pero nada contesta el Hacedor divino...
Se calla. Es la más cómoda de todas las posturas.
*
*
*

JOSE SERRANO

Valenciano, serrano, delgado y bigotudo.
Es lírico, muy lírico, y acaso un poco rudo.
Cada doce o quince años se yergue su figura,
viene a Madrid de prisa, hace una partitura,
la estrena, se la aplauden, la cobra, se la gasta,
le entra una gana enorme de camorra y de gresca,
y se va en un tren mixto, maldiciendo su casta,
a un pueblo valenciano «a ver lo que se pesca».
Es un hombre que huye —como si fuese el coco—
de todo el que le dice que trabaja muy poco;
y como esto lo dice todo aquel que le nombra,
se pasa la existencia huyendo de su sombra.
Y por si no tuvieseis aún bastantes datos,
agregaré que basta para verle afligido
decirle estas palabras: «La venta de los gatos».
Y no añado otra cosa, porque ya he concluido.
*
*
*

LOS HERMANOS QUINTERO

Es uno, mas son dos, porque son dos en uno.
¿Dónde está su principio? ¿Dónde se halla su fin?
Todo rima en su arte andaluz y moruno.
Hasta sus nombres riman, porque acaban en «in».
Uno empieza una frase y el otro la concluye;
se ceden cortésmente el turno para hablar;
si el uno a algo se escapa, el otro también huye.
Uno dice: «Al trabajo», y el otro: «A trabajar».
En ellos el «acento» se «acentúa» lo mismo
que en los meses de agosto se acentúa el calor.
Mas los dos olvidaron su día de bautismo,
y es frecuente que digan: «No me acuerdo, señor...»
En sus obras hay siempre una niña andaluza,
que en los primeros actos ríe y canta al salir;
luego, en el tercer acto, la tragedia que cruza,
y la niña que llora y que vuelve a reír.
Lo fraterno es su lema y el teatro es su afán.
Están en todas partes, como Dios. ¡Ahí están!
*
*
*

CARLOS ARNICHES

«Es el rey del sainete» —se susurra al pasar—,
y él pasa —largo y alto— sin oír ni mirar,
y no mira ni oye porque vive en la altura.
(Hay que advertir que tiene dos metros de estatura.)
Los actores, el día que manda convocarlos
a «una lectura» nueva, se alegran ipso facto,
y se abrazan, gritando: «¡Hoy va a leer don Carlos!»,
mientras la Empresa gime: «¡No traerá más que un acto!»
Escribe poco y bueno. Si acierta es una mina:
corre el oro en taquilla en forma de cien llenos.
Mas cuando se equivoca se arma una sarracina
de cuatro mil doscientos ochenta sarracenos.
«¡Le ríe el alma a este hombre!» —he oído siempre yo
al ocupar mi sitio en las noches de estreno.
«Le ríe el alma a este hombre.» Le ríe el alma... ¡Bueno!
Debe reírle el alma, porque la cara, no.
*
*
*

MIS RAZONES PARA HABLAR DE PRISA

¡Oh! ¡Destino, que riges el ritmo de mi vida!
¡Oh! ¡Destino, que das el tono a mi existencia!
Dicen que hablo de prisa, cualidad maldecida,
que hace que el radioyente, pierda tiempo y paciencia.
¿Por qué no me das tú la calma necesaria
que tuvieron San Luis, el Santo Job y Arcadio?
¿No ves que estoy jugándome la vida a la contraria
cada vez que me toca conferencia en la Radio?
Yo, que quisiera hablar con claridad de cielo,
por lo visto, estoy siendo un as en el camelo,
y, según es costumbre en esta clase de ases,
me meriendo y digiero el final de las frases.
Dame tú claridad en la pronunciación
cada vez que me toque actuar en la emisión,
y si no claridad para excitar la risa,
dime al menos la causa de por qué hablo de prisa.

Anecdotario

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(TEXTOS TOMADOS DEL LIBRO DE ENRIQUE GALLUD JARDIEL LA AJETREADA VIDA DEL UN MAESTRO DEL HUMOR, ESPASA-CALPE, MADRID, 2001)

REPOSTAJE FRUSTRADO

En 1921 entró como «colaborador» en La Acción, pero –según cuenta él mismo– no parece que colaborara mucho.
Agustín Bonnat, redactor-jefe del diario, quiso poner a prueba las habilidades del nuevo «fichaje» y darle una oportunidad de lucirse con algo fácil.
-Vamos a ver, Enrique... -parece ser que le dijo-. Tengo un trabajo para ti.
-Vd. dirá, jefe -repuso Jardiel.
El otro le explicó lo que deseaba de él.
-Ha habido un accidente en la Plaza de Toros de Madrid. Un toro se saltó ayer la barrera y mató a Regino Velasco, uno de los aficionados que presenciaba la corrida. Éstas son sus señas -dijo, entregándole un papelito-. Ve allí y «haz» el entierro.
El incipiente periodista marchó a la casa del finado y se encontró con una familia sumida en el dolor y la desesperación. Dio el pésame, se tomó algún que otro bocadillo -como era costumbre entonces- y regresó al periódico.
-¿Qué? -preguntó Bonnat- ¿Qué has averiguado?
El joven redactor se apresuró a contarlo.
-Pues, parece ser que el toro se saltó la barrera y acometió a don Regino Velasco, que presenciaba la corrida, matándole.
-¿Y qué más? -quiso saber el otro.
-Pues nada más.
Hubo una pausa trágica.
-Pero, ¡eso ya lo sabíamos antes!
-Ya lo sé.
-¿Y no traes más noticias? ¿No te has enterado de nada más? -rugió, más que preguntó, Bonnat.
-No, señor.
-¿Y por qué no -el redactor-jefe no salía de su asombro.
-Pues, verá Vd.: la familia estaba desolada, tenía un disgusto morrocotudo y, la verdad, me ha parecido de muy mal gusto el importunarles con preguntas en un momento tan delicado.
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UN REGALO DE CINCUENTA COMEDIAS

El año de 1926 presenció una crisis estético-existencial de Jardiel.
Lo sucedido fue que, en cuanto a su producción literaria, llegó a tener la convicción de que todo cuanto llevaba hecho era de pésima calidad. Especialmente, su obra teatral, escrita en colaboración. Así es que tomó una medida heroica y sin precedentes en el mundo de las letras: ¡regaló a su colaborador, Serafín Adame, cincuenta comedias!
–Esto se ha acabado, Serafín –le dijo un día–. Sintiéndolo mucho, voy a empezar otra vez desde cero y, en el futuro, escribiré solo. No te lo tomes a mal.
–Pero, ¿por qué? –preguntó el otro, que no entendía nada de aquello.
–Pues, aunque no quiero ser pesimista, porque todo lo que hemos escrito hasta la fecha es muy malo –le explicó Jardiel.
–A mí no me lo parece –objetó Adame.
–¿Ves? Ya no estamos de acuerdo. Pero, créeme: lo que hemos producido es bastante mugriento.
–Y, ¿qué piensas hacer?
–Intentar escribir de otra forma. Mejor que hasta ahora, si puedo y sé.
–¿Y toda la cantidad de obras que tenemos escritas y aún sin estrenar?
En aquel momento, las comedias de ambos en colaboración que esperaban en un cajón el momento de ser estrenadas, llegaban a cuarenta y nueve.
Jardiel lo pensó durante un momento y exclamó:
–¡Te las regalo!
–¿Cómo dices? –preguntó Adame, que no cabía en sí de asombro.
–Sí, que son para ti. Haz con ellas lo que quieras: estrénalas, quémalas o emplea el papel para hacer cucuruchos para altramuces. Haz lo que te plazca... menos estrenarlas con mi nombre.
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INVENTANDO AUTORES

En la revista Buen humor, donde Jardiel colaboraba, había una sección de traducciones de humoristas extranjeros, que estaban muy bien pagadas, en comparación con los artículos originales. Jardiel se ofreció para «traducir» todo lo que hiciese falta. Pero, en realidad, como le era mucho más rápido y sencillo, lo que hacía era sacarse del caletre autores imaginarios con nombres los más extranjero posibles, escribir él directamente los artículos humorísticos –cosa que para su gran ingenio no ofrecía ninguna dificultad– y presentarlos y cobrarlos como traducciones.
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EL ASESINATO DE JACINTO BENAVENTE

En 1927, cuando ya llevaba el elenco diez o doce días ensayando la primera obra de Jardiel, el empresario del teatro le llamó a su despacho y le dijo que su estreno se suspendía indefinidamente, porque «se oponía Jacinto Benavente». Jardiel aún no conocía personalmente al afamado autor de La malquerida y no entendió en absoluto esta decisión. La razón alegada por el secretario de don Jacinto era que, como había una obra de éste en cartel no quería que se anunciase ningún estreno de otra firma, para no restarle espectadores.
En aquel momento, viendo amenazado su futuro profesional por el capricho de un hombre harto de gloria, Jardiel, con el ímpetu y la irreflexión de los pocos años, decidió «cargarse» (o, por lo menos, dejar malparado) al futuro Premio Nobel.
A continuación, tuvo lugar una larga y triste peregrinación de nuestro hombre por todos los lugares del «Madrid de noche», para encontrar a don Jacinto. Le buscó por los saloncillos de varios teatros, por diversos cafés y chocolaterías que solía frecuentar, sin resultado alguno. Finalmente, se apostó en la puerta de la casa de Benavente, en la calle de Atocha, en donde aguardó en vano durante toda la noche, bajo una lluvia pertinaz, a que éste regresase a su domicilio. En cuanto le viera llegar, se abalanzaría sobre él y lo que tuviera que pasar, pasaría indefectiblemente.
Afirmó Jardiel después que «hay un dios que protege a los grandes hombres», pues Benavente no apareció por allí en toda la noche. Nuestro hombre era pequeño, pero de constitución recia y fuerte, acostumbrado al ejercicio físico. Espoleado por la rabia, podía muy bien haber propinado a don Jacinto una gran paliza, de haberle hallado aquella noche.
Afortunadamente, esto no sucedió. El frustrado asaltante regresó a su domicilio, mojado y abatido, reflexionando sobre la manera en la que los autores consagrados cerraban el camino del éxito a los nuevos talentos.
Al día siguiente, le llegó un aviso de la empresa del teatro, para que se presentara allí rápidamente. Cuando llegó le explicaron que todo había sido una oficiosidad del secretario de don Jacinto y que éste nunca se había opuesto a nada. Además, estaba casi ofendido de que nadie hubiera podido pensar que él fuera capaz de hacer una cosa así.
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LA AVENTURA DEL SEXTICICLO

Una de las cosas raras que le llevó a cabo fue la famosa aventura del raid humorístico, de la que se ocuparon mucho los periódicos de la época.
Parece ser que unos periodistas zaragozanos decidieron aquel verano desplazarse desde la capital del Ebro a Madrid, en patinete. A Jardiel, cuando lo supo, no se le ocurrió otra cosa que corresponderles con un viaje de Madrid a Zaragoza en triciclo. Trató el asunto con Alberto de Tapia y el dibujante Joaquín Sama y les convenció para que le acompañaran en aquella insensata aventura. Pero como no pudieron encontrar triciclos de su tamaño, inventaron el «sexticiclo», un artilugio que no era sino tres bicicletas unidas una a otra longitudinalmente.
Emprendieron el viaje y, en Guadalajara, se cruzaron con los aragoneses del patinete. Mandaron a Madrid muchas crónicas cómicas del viaje, que se publicaron en El Heraldo de Madrid, lo que le proporcionó inmensa popularidad y le abrió las puertas de La Voz e Informaciones. _____________________________________________

EL AUTO-HOMENAJE

Para celebrar el triunfo de una de sus comedias, Jardiel pensó que lo adecuado sería un banquete-homenaje, como era lo habitual en aquellos años. Pero como nadie se decidía a ofrecérselo, determinó invitarse él mismo. Con lo cual, transmitió su proyecto a un amigo suyo, el novelista catalán Bartolomé Soler, y ambos se organizaron mutuamente un ágape que hizo historia, pues solo asistieron ellos dos. Vestidos de frac, solos, ante una mesa larguísima, con un cubierto en cada extremo, se homenajearon el uno al otro, en una opípara comida, con champagne. A los postres, cada uno de ellos hizo un discurso que fue respetuosamente escuchado y calurosamente aplaudido por el otro.
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DETENCIÓN EN LA FRONTERA


Cuando Jardiel marchó a trabajar a los Estados Unidos casi no le dejan entrar.
Su contrato con la Fox no incluía inicialmente un permiso de trabajo, por lo que la productora le aconsejó que entrase en el país como turista. Esto parecía sencillo al salir de Madrid e incluso en el Atlántico, durante la travesía en el Samaria. Pero ante los oficiales de aduanas estadounidenses la cosa era muy distinta.

«¡Nueva York y la Inmigración! Hay combinaciones de palabras que hacen temblar, y ésta, por lo visto es una de ellas.»
Los oficiales suben a bordo, hacen preguntas, se enteran de que es escritor, ignoran sus protestas de que es turista y que posee un visado por seis meses otorgado por el Cónsul americano en Madrid, le niegan la entrada en el país y, no contentos con ello, deciden encerrarle en la cárcel de Ellis Island.
Ese presidio para viajeros no admitidos esta justo debajo de la Estatua de la Libertad. Cosas de los EE.UU.
Jardiel pasa varias horas esperando a que se decida su suerte. Los oficiales de Inmigración charlan y beben whisky sin hacerle el más mínimo caso. Todos los demás pasajeros del Samaria han desembarcado ya.
Entonces nuestro hombre tiene un ataque de furia: da puñetazos en la mesa, afirma ser un ciudadano libre, amenaza con contar luego en España todo lo que le está sucediendo.
Pero tampoco así consigue que le hagan ningún caso.
Por fin tiene una idea salvadora. Se dirige a sus verdugos y les dice en su mejor inglés:
–¡Vengo de Europa! En Europa, en todas las agencias de turismo, hay unos carteles aconsejando que se visiten las cataratas del Niágara. ¿Cómo voy a visitar las cataratas del Niágara, si ustedes no me dejan desembarcar?

Los burócratas se quedan pensativos por unos momentos, pero, indudablemente, aquel argumento les convence. El oficial mayor sella su pasaporte y le permite la entrada en el país.
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PERSEGUIDO POR LOS MILICIANOS

En agosto de 1936 nuestro hombre estuvo a punto de morir asesinado en una «checa». Le acusaron de ocultar en su domicilio a un falangista, en un momento en el que una denuncia de esta índole, aun sin demostrarse, era suficiente para justificar el «paseo» y muerte de cualquiera.
Una noche, cinco milicianos armados penetraron violentamente en su domicilio, aterrorizando a toda familia.
–¿Enrique Jardiel Poncela? Tiene que acompañarnos para que le tomemos declaración.
–¿De qué se me acusa? –quiso saber.
–De ocultar a Rafael Salazar Alonso.
–No he hablado una palabra con él en mi vida.
–Es igual. Síganos.
Sin casi dejarle vestirse le llevaron al palacio de los duques de Medinaceli, convertido en «checa». Allí se le informó de que se recibían todos los días varias denuncias contra él.
Tuvo que esperar varias horas.
Finalmente, llegó un comandante de las milicias, que le dijo:
–Se le acusa de fascista. Tenemos muchas denuncias que lo confirman–. Hizo una pausa significativa–. Y ya sabrá lo que eso significa.
Significaba la muerte inmediata, si no conseguía zafarse de aquellas acusaciones absurdas.
–¡Yo no soy fascista! –protestó.
–Tiene muchos amigos que lo son.
–¡Claro que sí! Soy autor teatral y trato con muchos actores y con mucha gente –arguyó–, que seguramente tendrán todo tipo de ideas políticas, aunque yo, en la mayoría de los casos, las desconozco.
–¿Cómo justifica, entonces, esas acusaciones?
–Porque soy una persona que tiene éxito profesional y, consecuentemente, muchos enemigos. Seguro que las denuncias las ha puesto compañeros de oficio que me envidian y quieren que corra el escalafón.
–¿Sospecha de alguien?
Esta era la pregunta clave. Si sus sospechas no eran acertadas y no identificaba a sus acusadores, estaba perdido.
–Han sido Fulano, Mengano y Zutano –y dijo los nombres de aquellos a los que creía capaces de haber llevado a cabo tal acción.
El comandante consultó unos nombres que estaban escritos en un papel y volvió a preguntar.
–¿Qué nombres ha dicho?
–Fulano, Mengano y Zutano.
La pausa que siguió fue muy larga.
–Vamos a dejarle volver a casa... por ahora. Mañana iremos otra vez por usted, para proseguir con los interrogatorios.
Parecía que, al menos, había conseguido ganar algo de tiempo.
–Pero, por favor, para que mi familia no se asuste, vengan al Café Europeo. Yo estaré allí trabajando todo el día.
–Bien. Puede irse.
Jardiel volvió a casa, tranquilizó a su familia... y no les dijo que al día siguiente iban a ir por él de nuevo. Si tenían que recibir alguna noticia infausta, nunca sería demasiado pronto.
Al día siguiente, haciendo un esfuerzo sobrehumano sobre su miedo, se dirigió al café, donde se sentó a la mesa, fingiendo trabajar.
Los milicianos llegaron al mediodía. Se apearon del coche y se quedaron mirándole desde la calle a través de los cristales.
Él comenzó a escribir como un desaforado. Ellos siguieron contemplándole, desde la acera durante largo rato; de vez en cuando, deliberaban entre ellos y volvían a mirarle, mientras él, sin alzar la vista, seguía escribiendo y escribiendo. En un momento dado hicieron ademán de entrar en el café, pero finalmente permanecieron fuera. Discutieron todavía un rato y, por último, se subieron al camión y se alejaron de allí.
Sólo después de un buen rato se atrevió a dejar de escribir y a levantar la cabeza.
Había llenado el papel con el inicio de una comedia. Lo que había escrito era: Amplísimo vestíbulo de la casa del padre de Herminia, en Madrid.
Sólo que lo había escrito repetidamente unas sesenta veces.
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JARDIEL SE CONVIERTE EN EMPRESARIO

Jardiel estaba sin nada de dinero ypensó en un medio para recuperarlo rápidamente.
La solución que se le ocurrió fue convertirse él mismo en empresario teatral. Le «pidió prestada» la compañía titular del Teatro de la Comedia a Tirso Escudero, para llevarla de gira ese verano por algunas provincias del Norte (Salamanca, Palencia Zamora, Valladolid, Pamplona, San Sebastián, Bilbao y Santander). Según él, la cosa no tenía por qué ser muy complicada. Sólo hacían falta tres cualidades esenciales para desempeñar la actividad empresarial: saber sumar, saber mandar y tener un espectáculo atrayente.
Los actores estaban encantados, pues quedarse en Madrid significaba el paro forzoso durante dos meses. Era mejor estar más fresquito por allí arriba, trabajar y cobrar. Se formó así la «Compañía de Comedias Cómicas Enrique Jardiel Poncela», para explotar su producción por provincias.
La tournée fue un éxito redondo, pero Jardiel hubo de hacer absolutamente de todo para llevarla a buen fin.
Lo primero que hacía al salir de una ciudad era facturar todo el equipaje de la compañía –una tonelada–. Acompañado por Carmencita, el representante y el maquinista, se dirigía apresuradamente a la siguiente ciudad en su coche, llevando en él el decorado de la primera obra que iban a representar – generalmente la Eloísa–, para que se fuera montando y estuviera listo para el debut de la tarde, mientras llegaba el resto del elenco, que viajaba en tren. Jardiel iba a recibirles a la estación, les buscaba alojamiento en hoteles cercanos al teatro, hacía llevar todo al escenario, repartía los camerinos a los actores para que no se pegasen entre ellos por conseguir el mejor, daba las instrucciones a los técnicos del lugar y se ocupaba de las ruedas de prensa, de la propaganda y de la censura local, a la que había que someter la obra y cuyo permiso era imprescindible.
Luego, si había tiempo, dirigía el ensayo. Además, –como casi siempre se iba con retraso– martillo en ristre, ayudaba a los tramoyistas a montar el decorado, para que estuviera preparado a la hora de la función. Antes de empezar ésta, se cambiaba de ropa, su ponía un smoking, salía a escena y daba una charla de presentación de la obra. Durante la representación «estaba en todo», dirigiendo y controlando a los actores. Acabada la función, hacía las cuentas de taquilla y supervisaba el desmontaje. En fin: una labor ímproba, que le permitió dominar todos los entresijos de la actividad teatral y adelgazar bastantes kilos.
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LA RESOLUCIÓN DE UN CLÍMAX


Hay una anécdota curiosa en relación con el final de Las siete vidas del gato. Se escuchaba un tiro y uno de los personajes de una habitación muy concurrida caía al suelo, herido por la bala. La concurrencia del estreno, instantáneamente, comenzó a silbar y a patear. Evidentemente, no quería que su humor festivo se viese empañado por un elemento dramático.
–¿Qué está pasando aquí? –se preguntaba el empresario, sin entender nada de todo aquello–. Han estado celebrando, riendo y aplaudiendo toda la obra y, al final, esto.
–Pasa –aclaró Jardiel– que la gente no quiere sufrir.
–¡Pero esto significa un fracaso! Un pateo al final de la obra provoca la impresión de que la obra no ha gustado en absoluto. Tienes que hacer algo –le apremió–. Tienes que eliminar el tiro, para evitarnos problemas.
–No se puede eliminar –respondió el autor–. Es un elemento esencial en el argumento de la obra. Ese personaje debe morir y no hay otra manera de hacerlo.
–Pero, si no lo cambias, vamos a la ruina. ¡La obra será un fracaso!
Jardiel se echó a reír.
–En absoluto –aseguró–. Verás cómo lo arreglo fácilmente.
–Tendrás que escribir la escena de otra forma, meter chistes, justificar cosas, algo...
–No tendré que añadir ni una sola palabra al texto.
–¿Qué dices?
–Ya lo verás: confía en mí.
Al día siguiente, Jardiel dio una sencilla instrucción a los actores.
En la escena cumbre de la obra sonó el tiro de rigor.
Y no uno, sino todos los personajes que se hallaban en escena en el momento del clímax –unos veinte– cayeron al suelo. El público prorrumpió en carcajadas al ver que todos creían haber sido alcanzados por el disparo.
Y luego, ¡naturalmente!, sólo se levantaron diecinueve.
Las risas continuaron, el éxito no se vio empañado por nada y el personaje que tenía que morir, moría, como era su obligación.
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RECETA PARA SEDUCIR SEÑORAS

En cierta ocasión, una mujer que escuchó su nombre en una reunión, se dirigió a él, airada y le increpó:
–¡Farsante! ¿Cómo se atreve Vd. a hacerse pasar por Jardiel Poncela? Yo conozco personalmente a Jardiel, que es una persona que me es muy querida, y es un hombre alto, rubio y bastante más joven que Vd.
Evidentemente, a aquella señora la había seducido alguien, fingiendo que era Jardiel Poncela.
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LE CONFUNDEN CON ESPRONCEDA

Es muy curioso el caso de un camarero de un café que frecuentaba nuestro hombre, y que creía sinceramente que el escritor se llamaba Espronceda.
–¿Cómo quiere el café, señor Espronceda? –le preguntaba–. ¿Sólo o con leche?
–Adiós, señor Espronceda. ¡Hasta mañana! –le decía al despedirse.
Su hija Eva presenció aquello una vez y preguntó a su padre:
–Cree de verdad que te llamas Espronceda. ¿Por qué no le sacas del error?
–Es mucho más divertido así –explicó Jardiel–. Porque más tarde o más temprano, alguien le dirá que Espronceda ha muerto. Entonces él lo negará rotundamente, diciendo: «¡Qué va! ¡Si esta mañana mismo ha estado conmigo y se ha tomado un café con leche y un croissant delante de mí!»
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JARDIEL SE ENFRENTA A DON JUAN

Jardiel, al frente de una compañía propia, «hizo las plazas» de Zaragoza, San Sebastián y Barcelona. Llevaba montadas varias de sus comedias y, como pensaba alargar la gira durante todo el otoño, tuvo que montar –¡naturalmente!– Don Juan Tenorio.
Ésta era una práctica habitual durante el mes de noviembre y todas las compañías solían, en aquellos años, llevar esta obra en repertorio. Jardiel, además, había escrito unos «Entreactos» sobre el drama romántico, en donde se explicaban muchas particularidades curiosas y que servía de complemento a la representación.
Pero sucedió que la empresa del Teatro Borrás de Barcelona tenía sus exigencias. No sólo detenía las representaciones de las obras de Jardiel para representar el Tenorio, sino que insistía en que el papel de don Juan no lo interpretase el galán oficial de la compañía, sino alguien designado por la misma empresa.
Jardiel quiso saber las razones para ello.
–Pues, verá usted –le dijo el empresario–: hay una persona que goza de mucha popularidad en Barcelona y hemos creído que si se encargase del papel de don Juan, las representaciones serían un gran éxito; tendríamos el lleno asegurado.
–Muy bien –replicó el autor–. Pero, tenga Vd. en cuenta que mis actores son tan buenos como el que más y pueden hacer una representación de gran calidad. Además, permítame decirle que...
–No lo dudo en absoluto –le cortó el otro–. Pero no es un asunto de que el actor sea de mayor o menor calidad.
–Explíquese.
–Verá: es que no se trata de un actor –dijo el empresario.
–¿Ah, no? Y, si no es un actor el que va a hacer el papel de don Juan, ¿qué es, entonces? ¿Un ministro? ¿Un ingeniero agrónomo?
–Un torero.
Jardiel se quedó de piedra.
Efectivamente. La reclame que el empresario aquel había ideado para promocionar su Tenorio consistía en que el protagonista fuese una figura de moda en el mundillo de los famosos. Y, ¿quién más famoso en este país que un torero?
Nuestro hombre, resignado ante lo inevitable, decidió tomarse aquello con buen humor, por lo que añadió:
–¡Muy bien! A fin de cuentas, don Juan también lleva capa y espada y hasta muchos comediantes tienen sus muletillas. Sepamos ahora quién es el diestro que va a subir de un salto del coso al escenario.
Y el empresario se lo dijo.
–El torero es Mario Cabré.
–Pues entonces no va Vd. a ganar mucho dinero –afirmó Jardiel, ya que Cabré, aunque muy querido en Barcelona, no era, ni mucho menos, una primera figura del toreo–. Ya puestos, ¡tendría Vd. que haber contratado a Manolete!
El efecto que causó de esta anomalía teatral entre los actores está fuera de toda descripción. Algunos se opusieron abiertamente y Jardiel tuvo que emplear toda su persuasión para tranquilizar los ánimos durante los ensayos. La actriz que iba a hacer de Doña Inés, por el contrario, estaba ilusionada por recibir los galanteos del torero, aunque fueran fingidos.
Pero la persona que más sufría con aquella situación absurda era el galán oficial de la compañía, quien, apartado de su personaje de don Juan, había pasado a ocuparse del papel de don Luis Mejía, el sempiterno rival del conquistador.
–Si viera Vd., don Enrique, lo abatido que estoy por tener que hacer de don Luis –le decía, casi lloroso.
–Hombre –respondía Jardiel–, el papel de don Luis también es bonito y de mucho lucimiento.
–Sí –objetaba el otro, ingenuamente–, pero luego don Juan va y le mata.
–Ya sabes que esto no es así por mi gusto, que todo ha sido una imposición.
–Ya lo sé, ya lo sé –aseguraba–. Y, sin embargo...
Y se alejaba, cabizbajo.
Tal fue la depresión en la que se sumió el actor que, para desagraviarle y animarle un poco, Jardiel decidió darle una sorpresa.
Llegó el día del estreno del Tenorio. Como es sabido, el primer acto tiene lugar en una hostería en donde don Juan y don Luis se reúnen en la escena llamada «de las conquistas» para referirse sus maldades durante el último año. Ambos espadachines van seguidos de sendos grupos de partidarios y de curiosos.
Cuando Cabré, en dicha escena, se quitó el antifaz, la concurrencia aplaudió a rabiar, demostrando de esta manera lo acertado de la idea del empresario. Entonces, le tocó hacerlo a don Luis. En el momento en que don Luis se quitó la máscara, lo primero que vio en escena fue al mismísimo Jardiel, ataviado con un traje de época, con capa, espada y chambergo, que comenzaba a jalearle.
–¡Viva don Luis Mejía! –gritaba, ante el estupor de todos.
Con objeto de animar a su cómico, había decidido aparecer de figurante, haciendo de partidario de don Luis, para demostrarle que estaba con él y le apoyaba, aunque criterios económicos les impusiesen mil toreros a la compañía.
El público, indudablemente, reconoció al autor y no se explicaba qué demonios hacía el conocido escritor actuando de figurante en la obra. Durante todo el acto, Jardiel actuó, apoyando a don Luis, lanzando gritos esporádicos de «¡Mejía es el mejor!» y dando un bello ejemplo de amistad, compañerismo y lealtad hacia su gente.
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LA CENA MEDIEVAL

Con motivo del estreno de su obra El pañuelo de la dama errante (Teatro de la Comedia), en donde aparecía el fantasma de una dama del siglo XIII, Jardiel ofreció a toda su compañía y a otros muchos invitados una verdadera cena medieval. Se celebró en el vestíbulo del teatro, con una larga mesa llena de platos de la época.
Todos los actores y los otros invitados tuvieron que vestirse con trajes medievales. Al sentarse en sus sitios encontraron un sobre donde figuraba el gracioso nombre al uso que se le había adjudicado a cada uno y que tendría que usar durante la cena.
Jardiel era el señor feudal y, consecuentemente, fue recibiendo a los invitados, acompañado de un fraile y de un verdugo. Luego presidió la mesa. Se disfrazó con una peluca rubia y un traje que le venía grande. Carmencita, con largas trenzas rubias, le acompañaba. Cenaron cordero que, ¡naturalmente!, tuvieron que comer con los dedos. También se podía eructar y limpiarse con la manga.
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LA VISITA DE «CANTINFLAS»

Mario Moreno «Cantinflas», uno de los mayores ídolos cinematográficos del momento en España, escribió a Jardiel, encargándole una comedia, para representarla en su país. Nuestro autor le contestó diciéndole que él no sabía escribir para una personalidad determinada y tan concreta como era la suya, y que la comedia que le pudiera ofrecer, no le iba a gustar. «Cantinflas» insistió en que, al menos, le hiciera una sinopsis, para poder juzgar. Jardiel accedió a realizarla.
En una nueva carta el cómico mexicano le anunciaba su visita a España para verle, charlar con él y recoger la sinopsis. Jardiel estaba entonces con su compañía en Barcelona y, sin sospechar el barullo que se iba a armar, contó el asunto a sus actores.
Entonces todos comenzaron a burlarse a sus espaldas, pues tenían tan idealizado a «Cantinflas» que no pensaban que aquello fuera posible.
–¿Qué se ha creído? ¿Que «Cantinflas va a venir ex profeso a verle a él? –decían.
Cuando los periódicos anunciaron que Mario Moreno acababa de llegar a Madrid, no faltaron guasones que dijeron a Jardiel:
–Don Enrique, «Cantinflas» ha llegado a Madrid. Tendrá Vd. que ir a verle allí.
–No –contestó secamente el interpelado, dándose cuenta de la ironía con que le hablaban–. Será el propio «Cantinflas» el que venga a verme a mí aquí, a Barcelona.
Naturalmente, siguieron sin creérselo.
La prensa catalana anunció al día siguiente la llegada del cómico a la Ciudad Condal.
–¡Ha venido! –le anunciaron los actores–. ¡«Cantinflas» ha venido! ¡Está en Barcelona! Se hospeda en el Ritz. Tendrá Vd. que ir a buscarle al hotel.
–No hará falta –aseguró Jardiel–. Vendrá él mismo al teatro.
El cachondeo de los actores no disminuyó. Hasta que, al día siguiente, uno de ellos interrumpió a gritos el ensayo que estaba teniendo lugar.
–¡Está aquí! ¡«Cantinflas» está aquí! ¡Ha acudido al teatro y quiere ver a don Enrique!
Allí estaba «Cantinflas», efectivamente.
Todos quedaron estupefactos. Ambos artistas charlaron durante largo rato. El mexicano recogió y pagó su sinopsis (que, como ya el español le había advertido, no le sirvió para su personaje) y entre los dos se estableció una amistad que continuó ya para siempre.
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EN LA CASA DE EMPEÑOS

Jardiel, en otro tiempo asiduo del Casino de Monte Carlo, fue en esos últimos años «cliente» de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad. Acompañado por su fiel amigo de esa época, Miguel Martín, acudió allí una vez a desempeñar una pulsera de Carmencita.
–¿Cómo se llama usted? –le preguntó el administrativo de la ventanilla.
–Enrique Jardiel Poncela.
–Muy bien: documentación.
No la llevaba encima. Se la había dejado en otro traje.
–Lo siento: no la tengo aquí.
–¡Ah! Pues sin documentación no se puede hacer nada. Vuelva a su casa a por ella.
–¡Hombre, no sea usted así! Tengo aquí la papeleta...
–¿No tiene usted nada, ningún otro documento que le acredite...?
–No, lo siento.
–Pues no hay nada que hacer– dijo el empleado. Y añadió–: Mire usted, en cierta ocasión le pasó lo mismo a un actor famoso, tampoco tenía encima la documentación. Y, para demostrarme que era él en realidad, me declamó varios trozos de varias escenas. Así es que quedé convencido de que decía la verdad y autoricé el desempeño.
–Me parece muy bien –replicó Jardiel–. Pero yo soy comediógrafo y no puedo ahora escribirle aquí mismo una comedia, porque supongo que al mediodía cerrarán ustedes para comer.
Se dirigió a la salida. Al llegar a ella se detuvo y volvió sobre sus pasos.
–No voy a escribirle un drama rural, pero si le sirve a Vd. una carta de un Premio Nobel...
–¿Cómo dice? –preguntó, estupefacto el burócrata.
–Tengo encima una carta de don Jacinto Benavente dirigida a mí.
–A ver...a ver
La carta de Benavente permitió el desempeño de la pulsera de Carmencita.

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NO LE DEJAN ENTRAR A SU PROPIA CONFERENCIA

Uno de sus últimos esfuerzos literarios fue una disertación en el Ateneo, que escribió a la luz de una vela, pues le habían cortado la corriente eléctrica por falta de pago.
Sin embargo, el anuncio de su conferencia creó gran expectación en los círculos intelectuales y todo el mundo puso en movimiento sus influencias para conseguir presenciar el acto.
La dirección del Ateneo cursó invitaciones a muchas personalidades artísticas del momento y, ¡naturalmente!, en su lista figuraba el propio Jardiel, que recibió una invitación para asistir a la conferencia que él mismo iba a dar. Esto provocó muchas bromas en su círculo de amigos.
Lo verdaderamente paradójico de aquello fue que, cuando llegó al Ateneo, justo a la hora de dar comienzo el acto, no le dejaban pasar.
–Su invitación, por favor –le pidió el portero.
–Verá Vd.: es que yo soy el conferenciante.
–Sí, ya –respondió el portero con ironía.
–Le aseguro que es verdad. Me tiene que dejar pasar. Me están esperando y se ha hecho tarde. Soy Jardiel Poncela.
–¡Ah! Yo no quiero saber nada. A mí me han dicho que no permita pasar a nadie sin invitación. ¿No ve cuánta gente hay que se quiere colar? –le indicó, señalándole a una multitud que se agolpaba a las puertas, con la esperanza de conseguir entrar en el último minuto.
Entonces Jardiel recordó que sí tenía una invitación. Se rebuscó los bolsillos y la sacó.
–Aquí está. Tenga.
–Pase Vd.
Dentro, todos estaban impacientes por el retraso. Los oyentes que abarrotaban el Salón de Actos le recibieron con un gran aplauso.
Jardiel se dirigió al auditorio.
–Hace dos días –comenzó– que en mi casa de Infantas 40, recibí un sobre con esta tarjeta–. La leyó en voz alta–: «El Presidente del Ateneo de Madrid se complace en invitar a usted a la conferencia que, bajo el título de Dos mil trescientos años de teatro cómico sin gracia, pronunciará don Enrique Jardiel Poncela.»
Hizo una pausa y continuó:
–¡Y por eso estoy aquí, señoras y señores!
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Sus opiniones

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SOBRE LOS CLÁSICOS
«Ha sido preciso que pasasen los años para comprender —y para atreverme a decirlo— que el Tasso es insoportable y para preferir una página de Julio Verne traducida por un analfabeto a toda la Ilíada, recitada por Homero en persona. Esto, que alguien dirá que es una blasfemia, no tengo inconveniente en repetirlo por los micrófonos de Unión Radio (EAJ7).»
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SOBRE LA LITERATURA
«Me divierte escribir, y me pagan para que lo haga. De suerte que me pagan para que me divierta.»
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SOBRE EL ESPÍRITU
«En la adolescencia y comienzo de la juventud fui un gran espiritualista. Hoy, el espiritualismo me arranca bostezos de un cuarto de hora. Entonces, la contemplación de un cadáver me hundía en profundas meditaciones, y me hacía preguntas, y me imaginaba respuestas, e incluso creía ver, en el vidrio entelado de aquellas pupilas, reflejos misteriosos de Regiones Inaccesibles. Hoy contemplo un cadáver y no se me ocurre decir más que:
—Está muerto.»
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SOBRE LA VERDAD
«Regla general, condensada de un largo y atento estudio de la Humanidad: cuando todo el mundo, absolutamente todo el mundo, esté de acuerdo en afirmar una cosa, negadla sin temor: es mentira. Y, por el contrario, cuando todo el mundo, absolutamente todo el mundo, esté de acuerdo en negar una cosa, afirmadla sin titubeos: es verdad
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SOBRE LAS MUJERES
«Una mujer que no se acomoda a nosotros tiene menos valor que un lavafrutas, aunque sea Friné rediviva; porque la mujer ideal, que ilumina nuestra existencia y la simplifica y la allana es acreedora de todo; pero la mujer real, que nos la obscurece, y la complica y la llena de obstáculos, únicamente merece que la tiremos por el hueco del ascensor.»
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SOBRE LOS AMIGOS
«Con frecuencia me he rebajado yo para elevar al rango de amigo a tipos indeseables. Y llego a tomar cariño a seres que me consta que no me estiman. Y amparo al que sé que es traidor y que va a difamarme a mis espaldas. Me consta que, quien no transige con todo esto, se ve obligado a vivir perpetuamente solo.»
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SOBRE LA VANIDAD
«Odio a los fatuos, y si las Leyes no existieran, dedicaría las tardes de los domingos a asesinar a tiros de pistola a todos los fatuos que conozco. También asesinaría a los que ahuecan la voz para hablar. Y a los que hablan alto sin ahuecar la voz. Y a algunos que ni ahuecan la voz ni hablan alto. En resumen: asesinaría bastante gente.»
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SOBRE LA VIDA DIARIA
«Suelo emplear tres horas en comidas, abrir cartas y decir que no estoy en casa a las visitas; dos en charlar con los amigos; una en leer diarios y revistas; tres en leer libros; una en jugar con el perro y en compras femeninas; ocho o nueve o diez en dormir; dos en visitas y una en contestar correspondencia. De suerte que –calculando que permanezco en el café escribiendo ocho o nueve horas diarias– el día tiene para mí treinta y una horas, lo que no me explico cómo puede suceder. Pero he vuelto a sumar y la cuenta es exacta.»
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SOBRE LOS ELOGIOS
«Jamás me he explicado el anhelante deseo de colocarle a otro sus cuartillas, que es común a casi todos los que escriben algo, y que sólo puede justificar la pobre y general vanidad humana, siempre hambrienta de elogios, vengan de quien vengan y aunque estén dictados simplemente por una elemental cortesía. Por mi parte, situado, por desgracia, en esa región emplazada a cien codos sobre la vanidad, y que se llama soberbia, leer mis comedias a cualquiera me violenta lo indecible.»
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SOBRE LAS MATEMÁTICAS
«Admiro a esos hombres que suman y restan deprisa y que multiplican sin equivocarse. En cuanto a los hombres que saben dividir, a ésos los miro con tanto respeto, que, por grande que haya sido nuestra amistad, nunca me he atrevido a tutearlos.»
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SOBRE LOS ACTORES
«Los actores verdaderos son tan pocos que caben juntos en una cabina telefónica, y estando todos dentro, se podría cerrar holgadamente la puerta; y quizá hubiera sitio aún para una mesa de billar; y dos baúles «harmann»; y un piano de cola.»
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SOBRE LA CENSURA
«No acierto mucho al escribir con los gustos y criterios de los que bajo dos regímenes diametralmente opuestos ejercen y han ejercido la fiscalización artística. Claro, que lo natural sería que la fiscalización artística no se ejerciera bajo ningún régimen.»
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SOBRE LA CREACIÓN ARTÍSTICA
«La rosa de los vientos de la creación artística no tiene cuatro puntos cardinales, sino treinta y dos, como la náutica, y esos treinta y dos puntos cardinales engendran millares de puntos matemáticos, a su derecha e izquierda, en el cuadrante del arte.»
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SOBRE EL TEATRO
«En esa especie de alféizar que es la batería el público tiene que apoyarse para contemplar siempre un inusitado espectáculo; esta valla de luz debe ser la frontera que separe dos mundos no sólo diferentes, sino distintos, opuestos, antagónicos: ahí, en la penumbra, la vida cotidiana, los problemas domésticos, lo corriente, lo normal; aquí, mil juegos de luz, lo puramente imaginario, lo imposible, lo absurdo, lo fantástico; ahí la realidad; aquí el sueño; ahí lo natural; aquí lo inverosímil; ahí las preocupaciones, las pesadumbre, la tristeza repetida; aquí —como compensación divina ofrecida por el arte— la despreocupación, las alegrías, la risa renovada.»
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SOBRE LOS IDEALES
«Querría fijar en el ánimo del lector una excelente idea de la Humanidad, de la Divinidad, del Mundo, de la Moral, de la Amistad, del Amor y de tantas cosas cuya envergadura nos obliga a utilizar las letras mayúsculas para expresarlas por la palabra escrita. Querría decir que todo es perfecto, bueno y justo; dar soluciones a conflictos políticos y sociales; cantar la honradez, la delicadeza y la nobleza de los seres; plasmar las tremendas penas del Infierno, los deleites exquisitos del Cielo y la idiotez insuperable del Limbo; querría —en fin— afirmar incluso que el Petróleo Gal crea glóbulos rojos y que los Hipofosfitos Salud contienen la caída del pelo. Pero no puedo hacerlo... No puedo. ¡No puedo! Y si lo hiciera, mis palabras sonarían tan a hueco como un tambor y sabrían tan a falso como un asiento de rejilla.»
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SOBRE LOS PERROS
«Adoro a los perros por espíritu de justicia, pues mientras se evidencia que el perro, esa encantadora bestia, es amigo del hombre, se evidencia también que el hombre, esa bestia estúpida, es enemigo del perro. Y los hombres que, por no ser bestias estúpidas, somos amigos de los perros, hemos de superar con nuestro cariño el desvío y la mala fe que los humanos en general tienen para ellos.»
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SOBRE EL PÚBLICO
«El público español es un público teatral refinado, lleno de solera teatral, habituado a ver más teatro que ningún otro público del mundo, verdadero «creador del Teatro»; público tan entusiasta y enamorado del teatro, que durante siglos lo ha visto de pie, sobre el suelo de guijarros al aire libre, soportando el cansancio físico y aguantando estoica y valientemente el frío helador y el calor asfixiante de los inviernos y de los veranos de España.»
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SOBRE EL HUMOR
«Y ha sido preciso todo el proceso gigantesco de la civilización; han sido precisos siglos de trabajo formidable y de luchas apocalípticas, de pensar, de imaginar, de calcular, de inventar, de ensayar, de tantear, de comprobar, de ejecutar mil y mil esfuerzos inmensos en todos los órdenes de la actividad humana para que el pantano tenebroso de lo sentimental o dramático brotase y emergiese la flor esplendorosa de lo cómico.»
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SOBRE LOS LECTORES
«Es el Libro y no el teatro, el que nos hace perdurar en el tiempo y en el espacio. El Libro atraviesa todas las fronteras y todos los mares y habla directamente a un público seleccionado que considera al novelista como algo suyo, casi familiar, y por el que llega a sentir una verdadera estimación personal.»
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SOBRE DIOS
«Cuando todo se hunde alrededor de uno, cuando se advierte la total soledad en que se vive, cuando se percibe la inmensa inanidad de la existencia, entonces, ¿a quién se va a volver los ojos? ¿A Carlos Marx? ¿Al presidente del Sindicato de la madera? ¿Al doctor Marañón?»
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SOBRE EL PUEBLO JUDÍO
«Si en la Tierra existe hoy un pueblo que sea tirano de los demás, ese pueblo sois vosotros. Tenéis todo el dinero y la influencia posibles. Dueños de las grandes empresas, agitáis el cetro de las finanzas y regís la vida del Mundo. Sois el resorte del poder, el barómetro de la riqueza y la balanza de la actividad. Tenéis todo eso; sois todo eso... y os parece poco. Los humanos os entregan su bolsillo y todavía queréis que os entreguen el corazón.»
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SOBRE LOS CANTANTES DE ZARZUELA
«El intérprete lírico es casi siempre un pésimo actor; no sabe hablar, ni moverse, ni actuar. Influido quizá por lo que le ve hacer al músico, no le da importancia al libro, y sí únicamente a la partitura. Constantemente, y a lo largo de la representación, parece estarle advirtiendo al público: «Esto que ahora digo no es cosa que valga la pena de escucharse; por eso hablo en camelo, en un tono monótono y como con prisa por acabar; lo bueno viene luego, en la romanza; allí sabrán lo que es la obra y quién soy yo.» Pero llega la romanza, y los gritos son tan superiores a la vocalización, que el público se queda definitivamente sin saber lo que es la obra.»
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SOBRE EL ATREZZO
«Lo natural sería que, al cabo de los años, y habiéndose acumulado el atrezzo de docenas de comedias, en cada una de esas guardarropías hubiese ya de todo, y que una simple visita a sus estantes bastase para hallar lo exigido por cada obra nueva. Pero no es así, ni mucho menos, y en virtud de no se sabe qué ocultas catástrofes acaecidas en la intimidad de sus mugrientas paredes, en las guardarropías no se encuentran sino pedazos de artilugios misteriosos de utilidad desconocida, restos destrozados de objetos inclasificables, pingajos intrigantes, algún que otro cencerro, dos o tres docenas de maceteros de finales de 1903, una cabeza de toro, muchos bastones, una collera con cascabeles, flores de trapo, horrendas estatuitas mutiladas por arriba o por abajo, cuatro paraguas, un peón, dos relojes de yeso, un pollo con patatas fritas de cartón piedra, cinco ejemplares encuadernados de la Cría del canario, la dentadura postiza de don Antonio Vico y un botijo sin pitorro.»
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SOBRE LOS CRÍTICOS
«El crítico que lleve botines, que hay quien los lleva; el que confunda a Esquilo con Esopo, que hay uno que los confunde; el que pretenda ser autor y crea que va a lograrlo siendo crítico (un 90 por 100 de ellos); el que afirme que no va nunca al cine; el que esté predispuesto a favor hacia lo extranjero; el que llame retruécano a cualquier chuscada indefinida; el que piense que cualquier tiempo pasado fue mejor; el que pueda escuchar un tópico sin rugir de indignación; el que no sepa que lo trágico y lo cómico tienen la misma categoría; el que hable alto para que le oiga el de al lado; el que coleccione capicúas; el que use calzoncillos largos o camiseta de franela; el que, sin ruborizarse, sea capaz de elogiar una sola página de Leandro Navarro; el tonto integral, en suma –y sálvese el que se salve–, ese crítico no puede juzgar una comedia mía ni yo puedo tolerárselo en silencio, porque «por tolerar en silencio la intromisión del necio se arruinan las civilizaciones» (Metastasio). (Cita colocada aquí para que algunos de esos críticos se apresuren a mirar en el diccionario quién fue Metastasio.)»
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SOBRE LA AMBICIÓN DEL HOMBRE MODERNO
«La ambición sin medida está en su pleno éxito. Ya todo el mundo quiere ser rico y poderoso, y fumarse unos puros de sesenta centímetros, provistos de una sortija de platino, y conducir un automóvil de cinco metros y medio, provisto de un bar americano, y tener una querida de un metro setenta y cinco, provista de tres muslos. Ya el ideal es hacerse famoso en una sola noche. Y llegar a ser un escritor genial sin escribir ni una línea. Y conseguir millones apretando un botón eléctrico, Y en suma: vivir sin luchar; conseguir el resultado máximo con el esfuerzo mínimo.»
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SOBRE POLÍTICA
«Jamás he sido hombre de «derechas» o de «izquierdas» (refiriéndome siempre a las españolas). Me gustaron siempre las ideas inherentes a los dos bandos y con su mezcla estaba hecha mi ideología ecléctica. […] Amaba el sentido histórico y reverencial de la tradición en mil aspectos, propio del programa de derechas y amaba también el sentido porvenirista y re­verencial del progreso y de la libertad, genuino del programa de izquierdas. Hubiera deseado, pues, una política española de tipo mixto, con lo bueno de los dos lados.»
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SOBRE EL SURREALISMO
«En varias de mis comedias yo he hecho con éxito surrealismo. Valía la pena explicar lo cerca que está él humor del surrealismo y cómo ambos son emanaciones directas de la sinrazón, por lo que le son difíciles de comprender a las gentes vulgares no preparadas para el ensueño.»
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SOBRE EL PROPIO CRITERIO
«Aquello que salió deforme de mi pluma lo he señalado inapelablemente como deforme, aunque un mundo entero pudiera afirmar que no lo era. Y, por el contrario, lo que he juzgado como bueno, como logrado, como conseguido lo he definido como conse­guido, como logrado y como bueno en contra de toda opinión u opiniones ajenas.»
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SOBRE LA FAMA PÓSTUMA
«Desconfío mucho de la exactitud y ponderación de eso que los simples llaman “juicio de la posteridad”, vacuo consuelo de fracasados del presente, y que para la opinión general humana es una especie de inapelable fallo de Salomón. Por mi parte, nunca he comprendido por qué en la posterioridad ha de existir una justicia superior y más sagaz que en la actualidad de cada artista o de cada nombre de ciencia. El juicio de la posteridad es tan equivocado o tan acertado —azarosamente y según los casos— como el de las épocas contemporáneas, pues ni las generaciones pasadas fueron en general más inteligentes que las actuales, ni las futuras van a serlo en general tampoco. Muchas veces he pensado, a este respecto, que si aquellos artistas exquisitos que se llamaron Calderón, Lope de Vega y Quevedo, por ejemplo, resucitaran de pronto hoy día y contemplaran a Cervantes erigido en lugar de ellos en emperador de la literatura mundial se volverían a morir en el acto, congestionados de risa y ahogados de indignación. ¡Y qué justamente indignados por cierto!»
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SOBRE EL HUMORISMO
«En el principio del Universo, en los tiempos oscuros y elementales de la prehistoria, existía lo dramático, pero no existía lo cómico; existía el dolor, pero no existía el placer; existían las dificultades y los obstácu­los, pero no existían las facilidades y las soluciones; exis­tían los sentimientos, pero no existían los razonamientos; existía la angustia, pero no existía el bienestar; existía in­cluso el crimen, pero no existía la risa. Y ha sido preciso todo el proceso gigantesco de la civi­lización; han sido precisos siglos de trabajo formidable y de luchas apocalípticas, de pensar, de imaginar, de calcular, de inventar, de ensayar, de tantear, de comprobar, de ejecu­tar mil y mil esfuerzos inmensos en todos los órdenes de la actividad humana para que el pantano tenebroso de lo sentimental o dramático brotase y emergiese la flor esplendorosa de lo cómico.»
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SOBRE LA FANTASÍA
«¿Y qué valor puede tener decirse o para representarse en un escenario lo que piensan todos, lo que les ha ocurrido a todos? ¿Para eso se edifican los teatros? ¿Para eso se construye el escenario y se le dota de instalación eléctrica, de maquinaria, de escotillones, de telares, de baterías, de diablas, de focos, de cuerdas, de ca­bles, de tornos, de poleas, de todos los elementos, en suma, necesarios para crear un mundo artificial e ilusorio? ¿Pues no sería mejor, pues no tendría un valor y una calidad superiores qué lo que se dijera en el escenario no fuera lo corriente y lo que piensan todos, sino lo excepcional y lo que no ha pensado ninguno?»
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SOBRE EL TEATRO CÓMICO
«En esa especie de alféizar que es la batería el público tiene que apoyarse para contemplar siempre un inusitado espectáculo; esta valla de luz debe ser la frontera que separe dos mundos no sólo diferentes, sino distintos, opuestos, antagónicos, ahí, en la penumbra, la vida cotidiana, los problemas domésticos, lo corriente, lo normal; aquí, mil juegos de luz, lo puramente imaginario, lo imposible, lo absurdo, lo fantástico; ahí la realidad; aquí el sueño; ahí lo natural; aquí lo inverosímil; ahí las preocupaciones, las pesadumbre, la tristeza repetida; aquí —como compensación divina ofrecida por el arte— la despreocupación, las alegrías, la risa renovada.»
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SOBRE EL ARTE PARA MINORÍAS
«Es preciso llevar al Teatro el Arte, pero de una manera que todo el mundo lo entienda y a todo el mundo le atraiga. Tirso, Calderón y Lope fueron tres artistas supremos y supieron elaborar su arte de manera que fuera entendido por todos y atrajera a todos. El autor que no posee cualidades para ser entendido por cuantos ocupan un teatro, no es autor, y con frecuencia tampoco es ar­tista.»
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SOBRE EL PROPIO PÚBLICO
«Yo contaba con un público propio, casi de mi exclusiva pertenencia, a un tiempo incon­dicional y dócil y a un tiempo duro y exigente, me toleraba a mí lo que no toleraba a otros; pero que también que esperaba siempre de mi lo que no esperaba de otros; que me pedía a mí determinados esfuerzos, posturas y calidades que no pedía a otros. Por lo demás, no sólo el ««hacerse» un público propio, sino la necesidad de hacérselo, es labor imprescindible de todo autor que sea artista. El verdadero artista tiene que crearse un público y sólo el que no es artista de veras se dirige al público que ya existe.»
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SOBRE LA INVEROSIMILITUD
«Desear lo vulgar es perderse en la masa maloliente del rebaño. Desear lo inverosímil es acercarse a la Divinidad. Querer lo inverosímil es ennoblecerse. Querer lo vul­gar es un envilecimiento premeditado. Amar lo vulgar es sumergirse en la oscuridad de la nada. Amar lo inverosímil es avanzar de cara hacia el sol. El joven que se inclina hacia lo vulgar nace viejo. El viejo que se inclina hacia lo inverosímil es joven. Lo inverosímil es el sueño. Lo vulgar es el ronquido. La Humanidad ronca. Pero el artista está en la obligación de hacerla soñar.»
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SOBRE EL CLÍMAX
«Al llegar allí, era preciso un acontecimiento extraordinario que elevase al máximo el interés de toda la comedia, justo en el instante en que ésta iba a terminar. Sin este acontecimiento extraordinario, surgiendo en los úl­timos instantes de las comedias, no hay gran éxito posible. Apréndanlo y no lo olviden los autores noveles. En Es­paña, en el oficio teatral español, no existe palabra propia que exprese ese acontecimiento final imprescindible en las comedias. En inglés, sí. En inglés se llama climax; y al especial cuidado de idearlo y aplicarlo siempre se deben todos los éxitos, por ejemplo, del cine norteamericano, pues en Hollywood no se ignora esta verdad axiomática, que sería muy conveniente que grabaran en su mente los jóve­nes autores españoles: EL ÉXITO DE UNA COMEDIA O DE UNA PELÍCULA DEPENDE DE SUS ÚLTIMOS DIEZ MINUTOS.»
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SOBRE LOS ENTREACTOS
«[Al teatro] le sobran, desde luego, los entreactos. Hay que acabar con los entreactos. El público va al teatro a ver las come­dias y no el telón de anuncios. La existencia del entreacto es una injuria para el autor, para los intérpretes y para la comedia, porque sólo se descansa de aquello que fatiga. El día que las comedias se representen sin interrupciones —cosa que particularmente espero conseguir—, al público le parecerá imposible que alguna vez hayan podido divi­dirse en actos, como hoy al público de Cine le parece im­posible que en otro tiempo las películas hayan podido pro­yectarse rollo a rollo.»
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Aforismos

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Cuando haya llegado el momento en que una mujer os coja el sombrero para acariciarlo mientras os habla, be­sadla sin miedo: os ama. Todo lo que a las mujeres les interesa de la cabeza de un hombre es el sombrero.

Si tenéis miedo de no poder vivir sin el amor de una persona y queréis evitar tal peligro, casaos con esa persona.

Los seres que no saben lo que es la vergüenza son los únicos que están en condiciones de llegar a tener vergüenza alguna vez.

El hombre que se ríe de todo es que todo lo desprecia.

La mujer que se ríe de todo es que sabe que tiene la den­tadura bonita.

El salvajismo no sabe reírse.

El forzoso descanso de los domingos es abrumador; pero existe un medio de huir al aburrimiento de los domingos: no trabajar en toda la semana.

En las mujeres que tienen la boca bonita, los dos labios son superiores.

Si queréis suprimir la política, suprimid los cafés.

Una gran pasión se parece a un ama de casa aburrida en que todo lo cambia constantemente de su sitio.

Si se os cae un botón, si echáis de menos una sortija, si queréis contemplar las piernas de una mujer, tiraos al suelo; todo eso lo hallaréis debajo de la mesa.

La dulzura del amor es la única dulzura que no con­duce a la diabetes.

El ferrocarril significa un invento tan extraordinario, que después de sesenta años de verlos funcionar, todavía «chocan» los trenes.

El miedo al peligro hace arrostrar los mayores peligros.

El político tiene que ser vil: tratar a sus amigos como si hubieran sido sus enemigos y a sus enemigos como si hubieran de llegar a ser sus amigos.

Casi todos los males sociales radican en que se cons­truyen pocos pesebres.

Cuando el gran hombre finge con habilidad, se dice de él que es un cómico. Cuando un cómico finge con habilidad, se dice de él que es un gran hombre.

Los vagones, las cerezas, los amantes y los cuentos idio­tas se enganchan unos a otros y el primero tira de los demás.

Malo es querer beber agua y no tener gota; pero peor es tener gota y no poder levantarse a beber agua.

El hombre es el animal que más se parece al hombre.

Una mujer de ojos bonitos nunca jugará a la «gallina ciega».

A los cuarenta años las mujeres aman con la precipitación del que toma el último tranvía.

Las más de las veces, cuando el hombre ama a una mujer, es porque no tiene otra a quien amar.

Entre el hombre y una mula hay una sola distinción: la de la mula.

La mujer es la ocupación del ocioso, el descanso del que trabaja, la inspiración del artista y la ruina del hombre de negocios.

Las mujeres y las espadas adquieren toda su importancia cuando están desnudas.

A las mujeres feas de cuerpos bonitos se las debe mirar únicamente como los clisés fotográficos: al trasluz.

La mujer y el libro que han de influir en una vida llegan siempre a las manos sin buscarlos.

Ser guapas es el defecto que más suele disculpárseles a las mujeres.

Quien hace feliz a una mujer es su esclavo; quien la hace desgraciada es su dueño.

La belleza de la mujer fracasa en el codo.

Una cuidadosa vigilancia de los padres sobre los hijos sirve para que sepan lo que los hijos hacen... después de que lo han hecho.

La felicidad suele darse, pero no recibirse.

De lejos todo parece más pequeño, a excepción del ser inteligente, que de lejos parece mayor.

Hay dos sistemas de lograr la felicidad: uno, hacerse el idiota; otro, serlo.

La mujer apasionada es con frecuencia confortable; la mujer coqueta es siempre incómoda.

Sólo los hombres sin experiencia prefieren la coqueta a la apasionada.

Cuando los inteligentes dan traspiés en la vida, ello obedece a que han supuesto en los demás su misma cantidad de inteligencia.

Quizá toda actividad obedece a un desarrollo nervioso.

La máxima actividad no es la de las manos, sino la del cerebro.

En la mujer apasionada, el amor es interno; en la coqueta, es mediopensionista.

Sin un método estricto, la actividad es un ajetreo inútil.

El pudor es una hemorragia interna.

Toda crueldad nace del miedo.

La apasionada es mujer; la coqueta es espectáculo.

El ser débil es el más cruel.

Para seducir basta con la seguridad de que se va a seducir.

Para seducir a una mujer lo más acertado es huir de ella.

A toda mujer la seduce que la seduzcan.

Humorismo es reasociar elementos previamente disociados.

Para conservar la admiración, muchos tienen que recordar que hubo un día en que admiraron.

Si se ha de ser admirado hay que permanecer inaccesible.

La muerte hace subir cien mil metros las admiraciones.

En toda admiración hay un resentimiento callado.

El ideal es siempre un horizonte.

Toda ilusión constituye un error poetizado.

El que no posee querría que nadie poseyese.

La propiedad tiene una tristeza: el miedo a perderla.

El ateo cree que él mismo es Dios.

La Filosofía es la Física recreativa del alma.

El fútbol es el bacilo de la guerra civil.

Cada ser tiene todo el tiempo que existe.

El que no hace alguna cosa por falta de tiempo es porque jamás tendría tiempo suficiente para hacerla.

La juventud pesa más que la vejez porque ésta está vacía de deseos, y la otra, rebosante de ansias.

Cuando el trabajo no constituye una diversión, hay que trabajar lo indecible para divertirse.

Es deber todo lo que exige el momento que se vive, y existen tantos deberes como momentos tiene la vida.

Los deberes ajenos se nos aparecen siempre clarísimos.

La misantropía es una forma del egoísmo.

La santidad es la utopía personificada.

Sólo puede haber santidad en quien no se cree santo.

El que habla de lo indecible hace paradojas.

El destino es siempre cruel e implacable con quienes proceden obedeciendo a un criterio extraño.

La energía del débil es siempre una injusticia.

En Arte, en Política y en Amor hay que obrar bien sin esperanza.

La leyenda es la hija de la Historia.

El mundo está regido por los imponderables.

El mundo es un presidio esférico.

Cada cien años hay que rehacer el mundo.

En muchos casos el orgullo suple a la convicción.

Todo intento de progreso social conduce al abismo, única salvación la da el pasado.

Si al pueblo se le da la razón, la pierde.

Al abogado deben decírsele las cosas bien claras para que él pueda embrollarlas con su intervención.

Los científicos puros están siempre de acuerdo; los líticos no lo están casi nunca.

La ciencia es el sentido común organizado.

La abogacía es la profesión de los ricos tontos y de los pobres listos.

El escritor, al escribir, enseña, y al descansar, aprende.

Lo que se lee sin esfuerzo ninguno, se ha escrito siempre con un gran esfuerzo.

En regir un Ejército hay siempre una brillante alegría; en gobernar un pueblo hay siempre una fatiga terrible.

Cuando se le embota la imaginación, el escritor recurre a la Historia.

El hombre suele quedarse soltero por estar enamorado de un ideal.

Quien confiesa tener celos se halla dispuesto a perdonar.

Media humanidad se esfuerza por hacer leyes justas, y la otra media se esfuerza por no cumplirlas.

Los celos son el delirio del instinto de la propiedad.

El despotismo de las leyes evita la arbitrariedad de los hombres.

Para ser agradable a una persona basta con elogiarle aquello para lo que no sirve.

Obtenida la victoria, ya nace un riesgo: perderla.

Sobre todo, no cejar nunca: es el principio base de la acción.

La acción exige un setenta por ciento de inconsciencia.

La mujer empieza a pregonar los escándalos ajenos cuando ya no tiene edad para producir escándalos propios.

Muchas veces se habla bien de las gentes: y es simple calumnia.

Si tienes razón o eres fuerte, verás siempre regateados tus méritos.

El que no vale para actuar se resigna y cree que así actúa.

El que espera siempre ver completamente claro, no obra jamás.

Lo que le da solidez a una ley es la excepción al aplicarla.

El recuerdo rehace los hechos cada seis u ocho años.

El desenlace absoluto no existe.

No hay vanidad más grande que la del filósofo.

Nadie es glorioso hasta que no empiezan a decir de él que es glorioso los que son incapaces de determinar qué sea glorioso.

Un ser de tres años es un niño, un niño de treinta años es un loco.

El niño es personalista, como los poetas; el loco es individualista, como los anarquistas.

En el interior del ser humano, romanticismo y realismo deben hallarse en partes iguales y al fiel; cuando la balanza cae de un lado o de otro, es que algo se ha podrido en aquella alma.

El cristianismo es romanticismo puro; el islamismo es realismo en esencia.

Unos aspiran los perfumes de las flores; otros las miran al microscopio.

Todo el mundo percibe en el acto el perfume que usa una mujer, menos su marido.

En nombre de otro, todos los humanos están dispuestos a sacrificarse.

Locos y niños viven desprendidos de la realidad.

El juego y la locura son realidad deformada.

La razón exasperada es ya locura.

Si la locura doliese, en todas las casas se oiría algún grito de dolor.

Ni el niño ni el loco conciben la muerte.

El animal sufre, luego tiene razón.

Educar a los ricos es inútil, y educar a los pobres, peligrosísimo.

Adán era de color negro: Eva era de color blanco; la unión de ambos ha producido una humanidad gris.

Desconfíese de la bondad de aquellas personas que aman la música; siempre tienen algo de fieras.

El éxito adormece; el fracaso excita.

Al que no tiene éxito, todo éxito le parece injusto.

La perfección, al personalizarse, se hace odiosa a todo el mundo; por ello debe reducirse a un símbolo, y sólo así resulta tolerable: en cuanto a su eficacia, como ejemplo, es nula.

Para tener éxito en la vida hay que considerar, ante todo, el egoísmo de los demás.

La tiranía de la Naturaleza supera a la de los déspotas más famosos del mundo.

La poesía es, ante todo, incoherencia.

La poesía es un pecado de juventud; un poeta viejo un monstruo.

El poeta es siempre un ser de alma antipoética.

El que consigue la libertad, casi nunca sabe qué hacer con ella.

La mayor tiranía es la debilidad o la barbarie apoyadas en la fuerza.

Todo arte es una mentira hermosa.

El oxígeno que se respira en la Patria es distinto a todos los demás.

La música es admirable para hablar de otras cosas mientras suena.

Inmortal realmente tiene que ser España para no haber sucumbido ya a tanto daño como le han hecho, al través de la Historia, los españoles.

El que piensa en algo antes que en su Patria, merece vivir y morir sin poder regresar a ella.

La imaginación falla cuando se trata de calcular los sufrimientos ajenos.

Historia es, desde luego, exactamente lo que se escribió, pero ignoramos si es exactamente lo que sucedió.

La opinión es un gran poder misterioso a la larga justo e irrazonable.

Toda prosperidad es aburridísima.

Lo incierto es peor que lo real.

Los médicos antiguos decían fórmulas mágicas. Los modernos dicen camelos. Pero el fin es el mismo: deslumbrar con vistas al cobro.

Un médico inteligente sólo debe aceptar enfermos leves.

Amigos y enemigos

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JACINTO BENAVENTE (Amigo)
Jacinto Benavente fue otro de sus autores. Consideraba que la producción teatral de don Jacinto estaba a cien codos del resto de las obras que se estrenaban por aquel entonces. Llegó a tener con él una una excelente amistad y le dedicó una adivinanza rimada y descriptiva en el año 1929, con motivo de un festival celebrado en el Teatro de la Comedia. Benavente, por su parte, siempre defendió el teatro de Jardiel en sus artículos teatrales.

RAMÓN MARÍA DEL VALLE-INCLÁN (Enemigo)
Ramón María del Valle-Inclán hizo unas ofensivas declaraciones afirmando que no había oído hablar nunca de ningún hombre llamado Jardiel Poncela, ni sabía ni le importaba en absoluto quién pudiera ser tal señor.
Jardiel dio entonces el apelativo de «Valleinclán» a uno de los personajes de su novela ¡Espérame en Siberia, vida mía!
En ella, Celedonio Carrasca, alias el «Valleinclán», es un dronista, o sea: un ladrón que roba a sus víctimas en los descampados. Pertenece a la «Unión General de Asesinos sin Trabajo» y se dedica a perseguir al protagonista para matarle. No obstante no le saldrán bien las cosas y será él quien muera a manos de su perseguido de una manera bastante ridícula. El protagonista contrata a una prostituta y obliga al «Valleinclán» a punta de pistola a que desfogue con ella sus energías repetidas veces.
Al decimocuarto intento, el asesino sufre un colapso y muere. Cuando los periódicos dan la noticia, afirman que un novelista español le ha copiado el mote al asesino. Esta es la manera en que Jardiel responde al desprecio del que había sido objeto.

FEDERICO GARCÍA LORCA (Amigo)
Ambos coincidían mucho en los cafés y se profesaban un respeto mutuo. Solían bromear sobre muchos aspectos del arte de vanguardia y, refiriéndose a todo el cúmulo de autores de la generación a la que ambos pertenecían, es conocido el hecho de que Lorca, siempre que se encontraban, le decía a Jardiel:
–De todo esto, sólo quedaremos tú y yo.
La última conversación que mantuvieron ambos se desarrolló en el Teatro Cervantes. Y, como reafirmaría Jardiel muchas veces, Lorca no estaba metido en política y ni siquiera hablaba nunca de ella. Tampoco lo hizo en aquella ocasión, aunque el inminente enfrentamiento de las «dos Españas» machadianas estaba en el aire y ése era el principal y obsesivo tema de conversación de todos.
«Cuando me encontré con él, le encontré igual que siempre: afectuoso, cordial, alegre, anecdótico, brillantísimo en su conversación, rebosante de proyectos (sólo artísticos), de imaginación y de la más fina gracia y el más alto sentido del humor. [...] Lorca me estuvo contando un episodio saladísimo al que él le añadía su cernida sal propia. De las cartas que cruzaba con su novio una criada suya. En aquellos momentos cualquier fanático hubiera dicho que «no estaban las cosas» para hablar de criadas, por muy graciosas que fueran.»
Cuando supo la muerte de Federico, le pareció imposible, por absurda y Jardiel acusó después duramente al franquismo de haber silenciado entonces la muerte de Lorca y no haberla lamentado oficialmente, cometiendo, al par que un asesinato, una inmensa injusticia artística y literaria. Afirmó, además, que no había ideología que mereciera que se le sacrificaran tales víctimas.
«En el maremágnum granadino comprendido entre los días 19 al 23 de julio, se nos había hundido Federico a sus amigos y admiradores, a España y a la Poesía castellana. Quien no maldiga la política capaz de crear esos caos, es un mal nacido.»

MIGUEL MIHURA (Enemigo)
Otro caso digno de conocerse, es el hecho de que –según Jardiel afirmó en un «Prólogo» a una de sus novelas– su antiguo amigo Miguel Mihura –que entonces firmaba Miguel Santos– había logrado cosechar para sí bastantes elogios con páginas escritas por el propio Jardiel.
K-Hito, director de Gutiérrez, le instó en repetidas ocasiones a que suprimiera esa acusación de su «Prólogo». Pero Jardiel, que consideraba el plagio como un delito mayor, no quiso hacerlo:
«La contumacia con que Santos viene utilizando en sus cuentos aquellos resortes, sorpresas, trucos, giros, mecanismos, equivalencias y desplantes que yo ideé para mis propios cuentos, me obliga ya a decirlo en público, pues necesito tranquilizar mi espíritu, conturbado por la idea de que algún día surgiese un lector nuevo que, desconociendo mi labor antigua, llegare a suponer que era yo el influido por Santos, lo que me sería intolerable. [...] Ni llevo mala fe, ni he pensado nunca en hacer a Santos la trepanación: simplemente defiendo lo que es mío.»

PEDRO MUÑOZ SECA (Amigo)
Mostró siempre gran respeto por Pedro Muñoz Seca, quien para él había tenido aciertos definitivos y perdurables. Le defendió de los críticos que le atacaban y tuvo muchas conversaciones con él sobre técnica teatral en los saloncillos de los teatros.

«AZORÍN» (Enemigo)
Jardiel tuvo una opinión bastante mala de la capacidad crítica de «Azorín» y mucho peor de sus habilidades dramáticas en las obras experimentales que escribió. Jardiel afirmó que el famoso prosista carecía de toda cualidad e intuición teatral:
«Él mismo confiesa que en Teatro no se ha hecho nada en el mundo, fuera de Hedda Gabler, de Ibsen; por cuanto que para él Shakespeare es malo, y a Schiller no hay que tenerle en cuenta, y Lope y Calderón no existen.»
Recuerda, además, que «Azorín» no dudó en criticar a Muñoz Seca y luego colaborar con él, para obetener los seguros beneficios económicos que las comedias de Muñoz Seca producían.

JOSÉ ORTEGA Y GASSET (Amigo)
A José Ortega y Gasset le consideraba una mente madura de pensador, conocedor de muchas disciplinas, incitador y sugeridor de multitud de temas de interés sobre la estética de su tiempo.
De hecho la base de su nuevo humor la va a proporcionar Ortega y Gasset, «el pensador más intenso», en sus propias palabras. Las obras del filósofo eran los más manoseados de sus libros y sus márgenes se encontraban llenos de anotaciones. Cualquier análisis crítico de la obra jardielesca remite de inmediato al concepto de «deshumanización del arte» orteguiano y al sentido lúdico de la nueva literatura. Coincide asimismo con las otras definiciones de Ortega sobre la artificialidad del arte nuevo, la noción del arte por el arte, lo esencial de la ironía, su falta de trascendencia y, en general, los postulados que el pensador menciona en su ensayo La deshumanización del arte e ideas sobre la novela.

GREGORIO MARAÑÓN (Enemigo)
Ejemplo de sus fobias literarias es Gregorio Marañón, cuyas teorías psicológicas (como la famosa homosexualidad del personaje de Don Juan, que tanto revuelo armó en su momento) no comparte en absoluto. En un gracioso cuento relata cómo su novia, enloquecida por el afán de lujo y riqueza, justificaba su actitud diciendo que, según una teoría de Marañón, las mujeres buscan al hombre rico de manera inconsciente y pensando en los hijos futuros, en su bienestar y comodidad. Consecuentemente, ella decide abandonarle, para encontrar a un hombre con más riquezas que él:
«He protestado, he llorado, me he arrastrado a sus plantas desde entonces. Le he suplicado que vuelva a ser la muchacha sencilla de antes. Todo es inútil. Su réplica es siempre la misma:
–Pienso en mis hijos. Las mujeres siempre pensamos en los hijos, Federico. Lo dice Marañón.
Y yo voy hacia la ruina económica y sentimental, y Marañón sigue ganando honra y provecho. Es indignante.»
A Jardiel le parece que Marañón ha conseguido su fama de escritor con muy pocos méritos o entrando en el mundo por las letras por la puerta de atrás y, en varias ocasiones, le hace objeto de sus burlas. Dedica una de sus novelas «a mi admirado Gregorio, que tanto entiende de estas cosas», explicando a continuación :
«Al decir «a mi admirado Gregorio», me refiero al ilustre doctor D. Gregorio Marañón, a quien ni siquiera conozco, con el que no he cruzado en mi vida ni una carta. Pero como no hay un sólo español que presuma de intelectual que no hable de Marañón como de un compañero de juegos infantiles, yo me he creído también en el caso de demostrar mi confianza con el famoso médico para que nadie dude que pertenezco a la falange intelectual española. »

RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA (Amigo)
En cuanto a la relación de Ramón y Jardiel, la admiración fue mutua y estuvieron siempre en contacto directo o por carta. Ramón procuraba retenerle en su Cripta de Pombo y fue él quien recomendó su nombre a Ruiz-Castillo, de Biblioteca Nueva, donde se publicarían sus novelas. Jardiel, por su parte, en todas las ocasiones pregonó la maestría de Ramón. Años más tarde, en 1936, fue jurado del premio literario Mariano de Cavia. Cuando supo que Ramón se presentaba, emitió su voto de forma irrevocable, pues consideraba que ningún otro escritor español lo merecía más que él. Sin embargo, tras dar su opinión, hubo de marchar a París por un tiempo, para realizar algunos trabajos. A su regreso se encontró con que el premio se lo habían dado a José María Pemán (Pelmán, como le llamaba él). Nunca más participó, ni directa ni indirectamente, en un premio literario oficial.

SERAFÍN Y JOAQUÍN ÁLVAREZ QUINTERO (Enemigos)
De Serafín y Joaquín Álvarez Quintero dijo que eran como Dios: estaban en todas partes. Reconocía que habían creado un teatro propio, jugoso, ingenioso, brillante y personal, aunque en sus obras había siempre una niña andaluza que reía y cantaba en los primeros actos, que luego lloraba y que, al final, volvía a reír. O sea, que se dedicaba a satirizar el estilo de los dos hermanos, que representaban el tipo de teatro populista que Jardiel intentó arrinconar.

CARLOS ARNICHES (Amigo)
Carlos Arniches le merecía un gran respeto, por haber creado la «tragedia grotesca», género cómico-trágico «de calidad suprema», en el que se acumulan todas las perfecciones que en su creación puede acumular un creador. Ambos tuvieron una relación cordial y su amistad le permitió a Jardiel bromear con la expresión excesivamente severa del rostro del alicantino:
«¡Le ríe el alma a este hombre!» –he oído siempre yo
al ocupar mi sitio en las noches de estreno.
¡Le ríe el alma a este hombre! Le ríe el alma... Bueno.
Debe reírle el alma, porque la cara, no.

EDUARDO MARQUINA (Enemigo)
Eduardo Marquina, el poeta y dramaturgo modernista, tampoco parecía agradar mucho a nuestro autor. Le presenta en su novela La «tournée» de Dios intentando colocarle sus versos a todo el mundo en cualquier ocasión posible y empleando sus contactos en las altas esferas para conseguir aplauso y reconocimiento. Finalmente, sus esfuerzos producen resultados y consigue recitar sus versos ante el mismo Dios, que se encuentra de visita por España.
En la velada teatral donde leyó versos Marquina, cuando el poeta concluyó su recital, Dios se volvió hacia el Nuncio, que se hallaba detrás de él, de pie en el fondo del palco, para preguntarle: «–Y este Marquina, ¿a qué se dedica?»

GREGORIO MARTÍNEZ SIERRA (Amigo)
Tuvo siempre muy buena opinión de Gregorio Martínez Sierra, cuyos juicios estéticos solicitó varias veces y con quien compartió aventuras en Hollywood.

MANUEL LINARES RIVAS (Enemigo)
Este señor era para Jardiel el prototipo del escritor segundón que imitando a otros de fama (Benavente en este caso) consigue ganar dinero sin preocuparse en absoluto de introducir ningún elemento nuevo en su producción.

ENRIQUE GARCÍA ÁLVAREZ (Amigo)
Jardiel paga una deuda de gratitud con una figura que, aunque famosa en un tiempo, empezaba ya a estar algo olvidada: el comediógrafo Enrique García Álvarez, el verdadero creador del «astracán», el único español de la época que, en su entender, había rozado en su género varias veces lo genial. Afirma que García Álvarez había creado un teatro cómico violento, grotesco, fantástico, maravillosamente disparatado, sin antecedentes dentro ni fuera de nuestro país.

ANTONIO MACHADO (Amigo)
El poeta fue su vecino en uno de sus domicilios, cuando Jardiel empezaba a escribir. Don Antonio animó a Jardiel en su carrera literaria y le dio sabios consejos.

WENCESLAO FERNÁNDEZ FLÓREZ (Enemigo)
Refiere que en su juventud escuchó una opinión bastante estúpida de Wenceslao Fernández Flórez, quien afirmaba que para ser humorista en España había que ser gallego.
«En un principio, esto me aterró, pues ya he dicho que soy madrileño. «¡Dios mío! –gemía angustiado–, ¿por qué no me hiciste nacer en Galicia? ¿No comprendías con tu suprema sapiencia que haciéndome nacer en Castilla me chafabas para siempre el porvenir artístico?»
En general, creía que la obra de Flórez carecía de gracia y que el título de humorista no se le podía adjudicar con justicia.

Galería de fotos

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El escritor en sus años de juventud




La pose más característica del escritor



Durante el rodaje de los Celuloides rancios



Labor cinematográfica de Jardiel



En el falso cementerio construido para el rodaje de Angelina




En Basilea



La familia del escritor



Fiesta de fin de rodaje de Angelina




Con los directivos de los estudios de la Fox, en Hollywood



La cena medieval que dio a los actores del Teatro de la Comedia




Durante el rodaje de Angelina




Escribiendo en el café




Con Tirso Escudero, empresario del Teatro de la Comedia




En un acto de gala




En su domicilio de Infantas, con su hija Mariluz




Con un grupo de amigos






















Paseando a uno de sus perros



Con dos amigos de juventud



Con José López Rubio, en Los Angeles



Con su coche Ford, del que estaba muy orgulloso




Pronunciando una charla por la radio en Buenos Aires




La pintora Marcelina Poncela, madre del escritor



Con un amigo no identificado



Carmen Labajos, su compañera durante muchos años



Con Carmen y Mariluz, a bordo de «Monte Amboto», con rumbo a la Argentina




En Pola de Lena, pronunciando una conferencia en homenaje a Vital Aza




Rodaje de Celuloides cómicos



Mostrando los planos del teatro de su invención



Con Camen, durante la cena medieval



Con su fiel perro «Bobby»



El periodista Enrique Jardiel, padre del escritor



Enrique en sus años infantiles



Paseando por Madrid






Durante una cena-homenaje que se dio con un amigo y a la que sólo asistieron ellos dos




Mariluz y Evangelina, las dos hijas del escritor




Estreno de Blanca por Fuera y Rosa por dentro




Estreno de Un marido de ida y vuelta




Estreno de Los habitantes de la casa deshabitada




Estreno de Los habitantes de la casa deshabitada





Estreno de Los habitantes de la casadeshabitada






Estreno de Es peligroso asomarse al exterior




Estreno de Como mejor están las rubias es con patatas




Estreno de Los ladrones somos gente honrada



Estreno de El amor sólo dura 2.000 metros



Estreno de Los ladrones somos gente honrada



Estreno de El sexo débil ha hecho gimnasia



Estreno de El pañuelo de la dama errante




Estreno de El sexo débil ha hecho gimnasia




Estreno de Es peligroso asomarse al exterior



La compañía de Jardiel en Buenos Aires



Con su familia



En su juventud, en Quinto de Ebro




Mostrando su sonrisa particular




En uno de sus viajes a los Estados Unidos




Con José López Rubio en Hollywood



Cuadro de Enrique con sus hermanas, pintado por su madre



Durante el rodaje de Angelina




Una escena de la película Angelina

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CARICATURAS

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Carteles de comedias

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Éstos son algunos dibujos de Jardiel para carteles de sus comedias. En miniatura, formaban todos ellos la orla de su papel de cartas personal.

  

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¡DOS NUEVOS LIBROS DE JARDIEL!

UN ESTUDIO SOBRE LA VIDA Y OBRA DEL AUTOR


Y UNA PRECIOSA EDICIÓN DE UNA DE SUS COMEDIAS MÁS PROFUNDAS




Para cualquier información no dudes en ponerte en contacto con nosotros: egjardiel@gmail.com








































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